Refieren algunos haber Antálcidas, que era a la sazón Éforo, enviado sus hijos a Citera, temeroso de aquel peligro, en el cual Agesilao, viendo que los enemigos intentaban pasar el río y penetrar en la población, abandonando todo lo demás formó delante del centro de la ciudad y al pie de las alturas. Iba entonces el Eurotas muy caudaloso y fuera de madre por haber nevado, y el pasarlo les era a los Tebanos más difícil todavía por la frialdad de las aguas que por la rapidez de su corriente. Marchando Epaminondas al frente de sur, tropas, se lo mostraban algunos a Agesilao, y éste, mirándole largo rato, poniendo una y otra vez los ojos en él, ninguna otra cosa dijo, según se cuenta, sino lo siguiente: “¡Qué hombre tan resuelto!” Aspiraba Epaminondas a la gloria de trabar batalla dentro de la ciudad y erigir un trofeo; pero no habiendo podido atraer y provocar a Agesilao, levantó el campo y taló el país de nuevo. En Esparta, algunos, ya de antemano sospechosos y de dañada intención, como unos doscientos en número, se sublevaron y tomaron el Isorio, donde está el templo de Ártemis, lugar bien defendido y muy difícil de ser forzado; y como los Lacedemonios quisieran ir desde luego a desalojarlos, temeroso Agesilao de que sobreviniesen otras turbaciones, mandó que todos guardasen sus puestos, y él, envuelto en su manto, con sólo un criado se adelantó hacia ellos, gritándoles que habían entendido mal su orden, pues no les había dicho que fueran a aquel puesto, ni todos juntos, sino allí- señalando distinto sitio-, y otros a otras partes de la ciudad. Ellos, cuando lo oyeron, se alegraron, creyendo que nada se sabía; y, separándose, marcharon a los lugares que les designó. Agesilao, al punto, mandó otros que ocuparan el Isorio, y respecto de los sublevados, habiendo podido haber a las manos unos quince de ellos, por la noche les quitó la vida. Denunciáronle otra conjuración todavía mayor de Espartanos que se reunían y congregaban se- cretamente en una casa con designio de trastornar el orden; y teniendo por muy expuesto tanto el juzgarlos en medio de aquellas alteraciones como el dejarlos continuar en sus asechanzas, también a éstos les quitó la vida sin formación de causa, con sólo el dictamen de los Éforos, no habiéndose antes de entonces dado muerte a ningún Espartano sin que precediese un juicio. Ocurrió también que muchos de los ascripticios e hilotas que estaban sobre las armas se pasaban desde la ciudad a los enemigos, y como esto fuese también muy propio para causar desaliento, instruyó a sus criados para que por las mañanas, antes del alba, fuesen a los puestos donde dormían y recogiendo las armas de los desertores las enterrasen, a fin de que se ignorara su número. Dicen algunos que los Tebanos se retiraron de la Laconia a la entrada del invierno, por haber empezado los Árcades a desertar y a escabullirse poco a poco; pero otros dicen que permanecieron tres meses enteros y que asolaron y arrasaron casi todo el país. Teopompo es de otra opinión, diciendo que, resuelta ya por los Beotarcas la partida, pasó a su campo un Espartano llamado Frixo, llevándoles de parte de Agesilao diez talentos por premio de la retirada; de manera que con hacer lo mismo que tenían determinado, aun recibieron un viático de mano de los enemigos.