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Después de haberse lamentado Quilonis de este modo, reclinó su cabeza sobre el hombro de Cleómbroto, y volvió sus ojos lánguidos y abatidos con el pesar a los circunstantes. Leónidas habló con los de su partido, y concedió a Cleómbroto que se levantara y saliera desterrado; pero rogó a la hija que se quedara, y no abandonase a quien la amaba con tal extremo que acababa de hacerla un favor tan señalado como el de la vida de su marido. Mas no pudo persuadirla, sino que, entregando al marido luego que se hubo levantado, uno de los hijos, y tomando ella el otro, hizo reverencia al ara de Dios, y se marchó en su compañía: de manera que si Cleómbroto no estaba del todo corrompido por la vanagloria, debió tener el destierro por una felicidad mayor que el reino, viendo este rasgo de su mujer. Después de haber desterrado Leónidas a Cleómbroto, despojó de su autoridad a los primeros Éforos, y nombrado que hubo otros, al punto se puso en acecho de Agis, y primero trató de persuadirle que saliera de allí y reinara con él: porque los ciudadanos le perdonarían, haciéndose cargo de que, como joven y codicioso de fama, había sido engañado por Agesilao; mas como Agis entrase en sospecha y permaneciese donde se hallaba, se dejó ya de usar directamente de imposturas y engaños. Anfares, Damócares y Arcesilao solían subir a hablarle, y algunas veces, sacándole del templo, lo llevaban consigo al baño, y luego lo volvían, siendo todos amigos íntimos suyos; pero Anfares, que hacía poco había tomado de Agesístrata ropas y vasos de mucho valor prestados, se propuso ver cómo se deshacería del rey y de las reinas madre y abuela para quedarse con ellos, y además se dice que éste era el más subordinado a Leónidas y el que más acaloraba a los Éforos, por ser uno de ellos.

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