20

Al tiempo de ir Agis al suplicio, vio que uno de los ministros lloraba y se mostraba muy afligido, y le dijo: “Cesa, amigo, en tu llanto, pues aun muriendo tan injusta e inicuamente me aventajo mucho a los que me quitan la vida”; y al decir esto presentó voluntariamente el cuello al cordel. Acercóse en esto Anfares a la puerta, y levantando a Agesístrata, que se había echado a sus pies, por el conocimiento y amistad: “Nada violento- le dijo- y que no sea llevadero se hará con Agis”; y le propuso que si quería podía entrar adonde estaba el hijo. Pidiéndole ésta que entrara también con ella su madre, le contestó Anfares que no había inconveniente; y luego que hubieron entrado ambas, mandó otra vez que cerraran la puerta de la prisión y entregó al lazo la primera a Arquidamia, ya bastante anciana, y que había envejecido en la mayor dignidad y honor entre sus conciudadanos. Muerta ésta, mandó que pasara adelante Agesístrata; la cual, luego que entró y vio al hijo arrojado en el suelo, y a la madre muerta pendiente del cordel, ella misma la quitó con los ministros, y tendiendo el cadáver al lado de Agis lo cubrió y colocó tan decentemente como se podía. Abrazóse después con el hijo, y besándole el rostro: “Tu demasiada bondad- exclamó-, oh hijo mío, tu mansedumbre y tu humildad son las que te han perdido, y a nosotras contigo”. Estaba Anfares viendo desde la puerta lo que pasaba, y entrando al oír esta exclamación, dijo con cólera a Agesístrata: “Pues que eres de la misma opinión que tu hijo, tendrás el mismo castigo”; y Agesístrata, al ser llevada al cordel, no dijo otra cosa sino: “¡Ojalá que esto sea en bien de Esparta!”.

Share on Twitter Share on Facebook