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Temiendo, a mi entender ¡oh Polícrates! el filósofo Crisipo lo ominoso de cierto proverbio antiguo, no lo escribió como él es en sí, sino como a él le parecía que estaría mejor, diciendo: ¿Quién del padre mejor hace el elogio que los hijos honrados y dichosos? Pero Dionisodoro de Trecene lo censura, y pone el proverbio verdadero, que es así: ¿Quién del padre mejor hace el elogio que los astrosos e infelices hijos? Y dice que el proverbio es hecho para tapar la boca a los que, no valiendo nada por sí, se adornan con las virtudes de algunos de sus antepasados y se dilatan en sus alabanzas. Mas para aquel a quien le cabe una generosa índole adquirida de los padres, según expresión de Píndaro, como tú que procuras asemejar la vida a los domésticos ejemplos, sería lo más provechoso estar continuamente oyendo o diciendo algún loor de los hombres ilustres de su linaje, pues no por falta de virtudes propias ensalza entonces la gloria de las alabanzas ajenas, sino que, haciendo un cuerpo de sus hazañas y las de éstos, los celebra como autores de su linaje y de su conducta. Éste es el motivo de haberte enviado la Vida que he escrito de Arato, tu conciudadano y progenitor, del que tú no desdices, ni en la gloria propia ni en el uso del poder; no porque tú no hayas trabajado desde el principio por conocer con la mayor puntualidad sus hechos, sino con el objeto de que tus hijos Polícrates y Pitocles se formen sobre los ejemplares domésticos, ora oyendo y ora leyendo lo que deben imitar, por cuanto no es de quien ama la virtud, sino de quien está enamorado de sí mismo, el tenerse siempre por mejor que los otros.

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