La ciudad de Sicione, habiendo perdido su pura y dórica aristocracia, cayó, como cuando la armonía se desconcierta, en las sediciones y competencias de los demagogos, y no dejó de andar doliente e inquieta sin hacer más que mudar de tiranos, hasta que, dada muerte a Cleón, eligieron por primeros magistrados a Timoclidas y Clinias, varones los más aventajados en gloria y poder entre aquellos ciudadanos. Cuando parecía que ya el gobierno había tomado alguna consistencia, murió Timoclidas, y Abántidas, hijo de Paseas, que meditaba usurpar la tiranía, dio muerte a Clinias, y de sus amigos y deudos a unos los desterró y a otros les dio muerte. Hacía asimismo diligencias por quitar la vida a Arato su hijo, que quedaba de edad de siete años; pero este niño, escabulléndose entre los demás que huían y andando por la ciudad errante y medroso, destituido de todo amparo, sin que él supiese cómo, se entró en casa de una mujer, hermana de Abántidas y casada con Profanto, hermano de Clinias, llamado Soso. Ésta, naturalmente de índole generosa, y creyendo además que algún dios llevaba aquel niño a guarecerse en su casa, lo ocultó en ella, y después a la noche lo envió cautelosamente a Argos.