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Porque florecía aún la gloria del primor y de la buena pintura sicionia, como que era la única en que no se había alterado lo bello; tanto, que en aquel tan admirado Apeles se trasladó a Sicione y compró en un talento el poder vivir con aquellos ciudadanos, reconociéndose más bien necesitado de participar de su gloria que de su arte. Por tanto, habiendo quitado Arato, luego que libertó a esta ciudad, todos los retratos de los tiranos, en cuanto al de Arístrato, que vivió en la era de Filipo, estuvo indeciso mucho tiempo; porque fue pintado Arístrato por todos los de la escuela de Melanto al lado de un carro que conducía una victoria, habiendo puesto también la mano Apeles en aquella pintura, según refiere el geógrafo Polemón. Era obra muy para mirada, hasta tal punto que el mismo Arato se doblaba ya por consideración al arte; pero arrebatado otra vez su odio a los tiranos, dio por fin orden de que también se destruyese. Entonces se cuenta que el pintor Nealces, amigo de Arato, le suplicó y lloró: y como no lo moviese, le dijo que estaba bien hiciera la guerra a los tiranos, pero no a cuanto les tocase: “Dejemos, pues- continuó-, el carro y la victoria, que en cuanto a Arístrato, yo te daré el gusto de que se retire del cuadro.” Dado por Arato el permiso, borró Nealces la figura de Arístrato, y en su lugar sólo pintó una palma, sin atreverse a poner ninguna otra cosa, y se refiere que del Arístrato borrado quedaron los pies confundidos bajo el carro. Era, pues, tenido en estimación Arato por la cansa que hemos dicho, y cuando se le conoció de cerca, aun ganó en la intimidad del rey, de quien recibió el donativo de ciento cincuenta talentos. De éstos trajo consigo, desde luego, cuarenta al Peloponeso, y haciendo partidas de los restantes, se los fue enviando después el rey poco a poco.

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