Estaban los desterrados implacables, incomodando sin cesar a los que poseían sus bienes; y como la ciudad se hallase muy expuesta a Lina sedición, no viendo esperanza sino en la amistad y humanidad de Tolomeo, emprendió un viaje de mar para rogar a este rey le facilitase algunas cantidades con que poder conseguir una transacción. Dio, pues, la vela de Motone sobre Malea, creyendo hacer con suma presteza la travesía; pero cediendo el piloto a un viento recio y al grande oleaje que se levantó en el mar, con dificultad pudo llegar y tomar puerto en Andria, que a la sazón era enemiga, porque estaba dominada de Antígono, que tenía en ella guarnición. Apresuráse, pues, a huir, y dejando la nave se apartó lejos del mar, no llevando consigo más que a uno solo de sus amigos, llamado Timantes. Metiéronse en un sitio rodeado de maleza, donde tuvieron una mala noche, y en tanto ya se había presentado el comandante de la guardia, buscando a Arato; pero la familia le engañó, estando prevenida que dijese que al punto había huido, embarcándose para la Eubea. Los efectos que conducía la nave y los esclavos los declaró por de enemigos, y la ocupó. No se pasaron muchos días cuando, estando Arato en el mayor apuro, le trajo la suerte una nave romana que fue a dar al sitio donde acudía, unas veces a atalayar, y otras a guarecerse. Hacía esta nave viaje a la Siria, y embarcándose en ella, persuadió al capitán a que lo condujese hasta la Caria. Condújole, y otra vez corrió no pocos peligros en el mar; de la Caria tuvo larga navegación al Egipto, donde se avistó con el rey, que le miraba con inclinación por haberle obsequiado con pinturas y tablas de la Grecia, de las que juzgaba Arato con bastante inteligencia, y recogiendo y adquiriendo continuamente las más acabadas y primorosas, especialmente de mano de Pánfilo y Melanto, se las enviaba.