18

Antígono, apoderado como hemos dicho del Acrocorinto, le custodiaba por medio de aquellos en quienes tenía más confianza, habiendo dado la comandancia a Perseo el filósofo. Arato, en vida de Alejandro tenía ya entre manos el ocuparle; pero habiendo hecho los Aqueos alianza con Alejandro, desistió del intento; mas entonces volvió de nuevo a la empresa con esta ocasión. Había en Corinto cuatro hermanos, Siros de origen, de los cuales uno, llamado Diocles, servía a sueldo en la guarnición. Robaron los otros tres el tesoro del rey y, pasando a Sicione, fueron a dar con el cambista Egias, que era el mismo de quien para sus negocios se valía Arato. Depositaron, desde luego, alguna parte de aquel dinero, y lo restante Ergino, uno de ellos, yendo y viniendo, lo cambió poco a poco. Hizo de resultas amistad con Egias, y traído por éste a la conversación de la guardia del Acrocorinto, le dijo que, subiendo una vez a ver al hermano a lo más escarpado, había descubierto una senda oblicua que conducía a un punto donde el muro del fuerte era sumamente bajo. Empezó con esto Egias a chancearse con él y a decirle: “¿Conque, amigo, por tan poco dinero os habéis indispuesto con el rey, pudiendo ganar en una hora sola inmenso caudal? ¿Pues qué, así los salteadores como los traidores, si son aprehendidos, no tienen que morir una vez?” Rióse Ergino, y sólo contestó por entonces que tantearía a Diocles, porque de los otros hermanos no se fiaba tanto; Pero volviendo de allí a pocos días, convino en que conduciría a Arato a un sitio donde el muro no tenía más que quince pies de alto, y a todo lo demás ayudaría con Diocles.

Share on Twitter Share on Facebook