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Los primeros a quienes comunicó sus pensamientos fueron Aristómaco y Ecdelo, de los cuales aquel era uno de los desterrados de Sicione, y Ecdelo Árcade de Megalópolis, hombre, dado a la filosofía, activo y que en Atenas había sido discípulo del académico Arquelao. Habiéndolo éstos adoptado con ardor, trató con los demás desterrados, de los cuales sólo algunos, avergonzándose de abandonar la esperanza, se decidieron a tomar parte en la empresa; pero los más procuraron disuadir de ella a Arato, pareciéndoles que su arrojo provenía de inexperiencia en los negocios. Proponíase éste ocupar primero algún punto del país de Sicione, desde donde emprendiese hacer la guerra al tirano; pero en esto vino a Argos un Sicionio que se había fugado de la cárcel, el cual era hermano de Jenocles, uno de los desterrados. Presentado por Jenocles a Arato, le enteró del paraje de la muralla por donde, subiendo a ella, se había salvado, diciendo que por dentro casi era llano, aunque pegado a terrenos pedregosos y altos, y que por fuera no era tal que no se alcanzase a él con escalas. Luego que le oyó Arato, envió con Jenocles a dos de sus esclavos, Seutas y Tecnón, a reconocer la muralla, determinando, si le era posible ejecutarlo por sorpresa y corriendo de una vez el peligro, a aventurarlo todo cuanto antes, más bien que de particular contender con una guerra prolongada y continuados combates contra el tirano. Así, cuando volvió Jenocles trayendo la medida del muro, aunque le expuso que el sitio, por su naturaleza, no era, en realidad, ni inaccesible ni difícil, pero que sería imposible el no ser sentidos, a causa de los perros de un hortelano, que, aunque pequeños, eran extraordinariamente, alborotados e implacables, al momento puso manos a la obra.

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