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Tuvo Nicocles cuatro meses de tiranía, en los que, habiendo causado a la ciudad infinitos males, estuvo en muy poco que no la perdiese por las asechanzas de los Etolios; y siendo ya mocito Arato, se hizo desde entonces espectable por su ilustre origen y por su ánimo, que no aparecía apocado o desidioso, sino antes resuelto sobre su edad y templado al mismo tiempo con un proceder circunspecto y seguro. Por tanto, los desterrados en él principalmente tenían puesta la vista, y el mismo Nicocles no desatendía sus operaciones, sino que se veía bien claro que estaba en acecho y observación de sus intentos, pero sin tener una determinación semejante ni una empresa tan arriesgada, y sospechando tan sólo que podía andar en tratos con los reyes que habían sido huéspedes y amigos de su padre. Y en verdad que Arato intentó seguir este camino; pero como Antígono, que le había hecho ofertas, se descuidase de cumplirlas, dando largas, y las esperanzas del Egipto y de Tolomeo las considerase remotas, se resolvió a destruir por sí mismo al tirano.

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