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Por lo que hace, pues, a Arato el Mayor, ésta se dice haber sido su vida, y su índole la que se ha manifestado; en cuanto a su hijo, siendo Filipo malvado por carácter e injusto con crueldad, no le dio veneno mortal, sino uno de aquellos que trastornan la razón, consiguiendo precipitarle en manías terribles y extrañas, con las que intentaba acciones disparatadas y mostraba deseos vergonzosos y abominables; de modo que la muerte, en medio de ser joven y hallarse en estado floreciente, no fue para él una desgracia, sino salvación y redención de males. Mas Filipo no dejó de pagar en vida a Zeus Hospitalario y Amigo las penas de tan horrible maldad, porque, vencido de los Romanos, se les rindió a discreción, y despojado de toda otra autoridad, entregando todas las naves, fuera de cinco, ofreciéndose a pagar mil talentos, y dando en rehenes su propio hijo, por compasión le dejaron la Macedonia y provincias de ella dependientes. Dando después muerte a los mejores y más ilustres de sus súbditos, llenó todo el reino de horror y odio contra sí, y de un solo bien que tenía, que era un hijo de sobresaliente valor, se privó por su mano, haciéndole morir de envidia y celos por la distinción con que le trataban los Romanos; y dio el reino a Perseo, otro de ellos, que no era legítimo según dicen, sino arrimadizo, tenido en una costurera llamada Gnatenio. De éste triunfó Emilio, y aquí, tuvo fin la sucesión en el reino de Antígono, cuando el linaje de Arato se conserva hasta nuestro tiempo en Sicione y Pelena.

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