Muerto Arato de esta manera en Egio en su decimoséptimo generalato, deseaban los Aqueos que allí fuese sepultado y que se le erigiesen los monumentos correspondientes a sus hazañas; los de Sicione miraban como una calamidad el que el cuerpo no pudiera ser entre ellos depositado, pues aunque habían alcanzado de los Aqueos que se lo permitieran, había una ley que prohibía que nadie fuera sepultado dentro de los muros; y como sobre la observancia de esta ley hubiese una poderosa superstición, enviaron a Delfos a consultar a la Pitia sobre este objeto, y la Pitia les dio este oráculo ¿Consultas ¡oh Sicione! qué premio por tu salud dispensarás a Arato y qué honores y exequias funerales harás al héroe que sin vida yace? Quien a honrarle se oponga será impío contra el cielo extendido, el mar y tierra. Traído el oráculo, se alegraron todos los Aqueos, especialmente los Sicionios, y convirtiendo el duelo en fiesta, al punto trasladaron el cadáver, coronados de flores y vestidos de blanco, con cánticos de regocijo y con coros, de Egio a la ciudad; y habiendo designado un lugar espectable, le hicieron el entierro que correspondía a su fundador y salvador. El sitio llámase hasta ahora Aracio, y se le hacían sacrificios, uno el día en que los libró de la tiranía, que es el quinto del mes Desio, llamado de los atenienses Antesterión, dando a este sacrificio el nombre de Sotería, y el otro día en que hacen conmemoración de su nacimiento. Al primero presidía el sacerdote de Zeus Salvador, y al segundo el de Arato, llevando una venda no del todo blanca, sino entretejida con púrpura. Cantábanse a la cítara himnos por los actores del teatro, y conducía el gimnasiarca la pompa de los muchachos y mancebos, siguiéndose luego el consejo coronado, y de los ciudadanos el que quería. De todo esto conservan algunas leves muestras para celebrar aquellos días; pero la mayor parte de los honores referidos, con el tiempo y la serie de otros sucesos, han caído en desuso.