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Entonces, creyendo que era llegado lo que esperaban tanto tiempo había, corrieron en tropel a las puertas de la casa del tirano para pegarles fuego. Levantóse tan grande llamarada, que se dejó ver desde Corinto cuando ya ardió la casa, y admirados los Corintios, estuvieron para correr a dar auxilio. Nicocles pudo escapar oculto por ciertas cuevas y salir de la ciudad, y los soldados, apagando con los Sicionios el fuego, saquearon la casa, lo que no sólo no estorbó a Arato, sino que puso a discreción de los Sicionios todos los demás bienes de los tiranos. Nadie murió o salió herido, ni de los invasores ni de los enemigos, sino que la fortuna conservó pura y limpia de sangre vil esta empresa. Restituyó a los desterrados, tanto a los que lo habían sido por Nicocles, que eran ochenta, como a los que lo fueron por los anteriores tiranos, que no bajaban de quinientos, y habían andado por largo tiempo errantes, algunos por cincuenta años. Volviendo los más sumamente pobres, quisieron recobrar los bienes de que antes habían sido dueños, y echándose sobre sus posesiones y sus casas, pusieron en grande perplejidad a Arato, por ver que a su ciudad de la parte de afuera se le armaban asechanzas y era mirada con envidia de Antígono, a causa de la libertad, y que de la parte de adentro se ardía en disensiones e inquietudes. Así que, tomando el mejor partido que las circunstancias permitía, la unió a la liga de los Aqueos, y como eran Dorios, no repugnaron admitir el nombre y gobierno de éstos, que entonces ni tenían grande esplendor ni mucho poder, Pues eran ciudades pequeñas, y no sólo no poseían un terreno fértil y rico, sino que habitaban además sobre un mar desprovisto de puertos, que por lo común sólo con escollos y rocas tocaba al continente. Aun así éstos hicieron ver con la mayor claridad que el vigoroso poder de la Grecia es invencible, siempre que en ella haya unión y concordia y tenga la felicidad de lograr un prudente caudillo, pues que no siendo como quien dice, más que una parte muy pequeña de aquellos antiguos Griegos, y no componiendo entre todos las fuerzas de una sola ciudad de consideración, con la buena dirección y concordia y con sujetarse a no tener envidia al que entre ellos sobresalía en virtud, obedeciéndole y ejecutando sus órdenes, no sólo conservaban su libertad en medio de tantas Y tan poderosas ciudades y tiranías, sino que aun pudieron libertar y salvar a la mayor parte de los otros Griegos.

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