Al cabo pereció también malamente Mitridates de allí a poco tiempo por su indiscreción. Convidado, en efecto, a un banquete, al que asistieron los eunucos del rey y de su madre, se presentó en él engalanado con el vestido y alhajas de oro que aquel le había dado. Cuando ya estaban cenando, le dijo el eunuco de más valimiento entre los de Parisatis: “Bellísimo es, ¡oh Mitridates!, ese vestido que te dio el rey; bellísimos igualmente los collares y demás adornos; pero más precioso el alfanje. ¡Ciertamente que te hizo venturoso y célebre entre todos!” Mitridates, que ya tenía la cabeza caliente: “¿Qué es esto?- dijo- ¡oh Esparamizes! De mayores y más preciosos dones de parte del rey me hice yo digno en aquel día”. Entonces Esparamizes, sonriéndose: “Nadie te lo disputa ¡oh Mitridates!- le contestó-; pero pues dicen los Griegos que la verdad es compañera del vino, ¿qué cosa tan grande y tan brillante es, amigo mío, encontrarse en el suelo los arreos de un caballo, e ir después a presentarlos?” Diciendo esto, no porque ignorase lo que había pasado, sino para hacer se franquease ante los demás que se hallaban presentes, picaba así la vanidad de Mitridates, hablador ya y descomedido con el vino. Así es que, no pudiendo contenerse: “Vosotrosrepuso- diréis todo lo que queráis de arreos y tonterías; lo que yo os aseguro sin rodeos es que Ciro fue muerto por esta mano, porque no tiré, como Artagerses, flojamente y en vano, sino que erré poco del ojo, y acertándole en la sien, y pasándosela, lo derribé al suelo, habiendo muerto de aquella herida”. Todos los demás, poniéndose ya en el fin de aquella conversación, y viendo la desgraciada suerte de Mitridates, bajaron los ojos a tierra; y el que daba el convite: “Amigo Mitridates- dijo-, bebamos ahora y comamos adorando el genio del rey, y dejemos a un lado razonamientos que están por encima de los que pide un banquete”.