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Con haberla pedido Darío causó disgusto al padre, porque los celos de los bárbaros en lo relativo a placeres son terribles; tanto, que no sólo el que se arrima y toca a una concubina del rey, sino aun el que se adelanta y pasa cuando es conducida en carruaje, incurre en pena de muerte. Teniendo, pues, a Atosa, a la que, arrastrado del amor, había hecho su mujer contra ley, y manteniendo trescientas setenta concubinas de extremada belleza, sin embargo, a la demanda de ésta respondió que era libre, y dio orden de que la tomase queriendo ella; pero que contra su voluntad no se la obligase. Llamóse, pues, a Aspasia, y como, contra lo que el rey esperaba, hubiese preferido a Darío, la dio estrechado de la precisión de la ley; pero de allí a poco se la quitó, nombrándola sacerdotisa de Ártemis la de Ecbátana, llamada Anaitis, para que viviera en castidad el resto de su vida, creyendo tomar con esto del hijo una venganza no dura y grave, sino llevadera y mezclada en cierto modo con una burla; pero éste no la llevó con serenidad, o porque estuviese enamorado de Aspasia, o porque se juzgase afrentado y escarnecido del padre. Percibió esta disposición suya Teribazo, y todavía lo exasperó más, juntando con la ofensa de éste las suyas, que eran por este orden. Teniendo el rey muchas hijas, prometió dar Apama por mujer a Farnabazo, Rodoguna a Orontes, y a Teribazo Amestris. A los otros les dio sus prometidas; pero faltó a la palabra a Teribazo, casándose él mismo con Amestris, y desposando en su lugar con Teribazo a Atosa segunda; y como se hubiese casado también con ésta, enamorado de ella, del todo se desazonó y enemistó con él Teribazo, que ya de suyo no era de índole sosegada, sino inconsecuente y atolondrado. Por tanto, honrado unas veces entre los primeros, y otras perseguido y desechado con ignominia, ninguna de estas mudanzas las llevaba con cordura, sino que en la elevación era insolente, y cuando se le reprimía, no se mostraba modesto y contenido, sino iracundo y soberbio.

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