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Perjudicó mucho este accidente a los negocios de la Grecia, que hubiera podido reponerse de los males presentes y librarse de los insultos y codicia de los Macedonios; pero Arato, o por desconfianza y temor de Cleómenes, o quizá por envidia a su no esperada prosperidad, dándose a entender que habiendo él hombreado por treinta y tres años sería cosa terrible que se apareciese de pronto un joven a arrebatarle su gloria y su poder, y a ponerse al frente de unos negocios que por él habían recibido aumento, y que él había conducido y manejado por tan largo tiempo, intentó, en primer lugar, que los Aqueos se opusieran a lo que ya estaba acordado y lo estorbaran. Después, cuando vio que no le escuchaban, por hallarse sobrecogidos de la intrepidez de Cleómenes, y aun por parecerles justo el intento de los Lacedemonios de restituir el Peloponeso a su esplendor antiguo, convirtió su ánimo a otro proyecto, del que no podía resultar utilidad alguna a ninguno de los Griegos, y que era además vergonzoso para él, e indigno de sus anteriores hazañas y de las miras con que se había conducido en el gobierno; y fue el de atraer a Antígono sobre la Grecia, e inundar el Peloponeso de aquellos mismos Macedonios que siendo mozo había arrojado de él, poniendo en libertad la ciudadela de Corinto; a lo que se agregaba que, habiéndose hecho sospechoso a todos los reyes, y declarádose su enemigo, de Antígono había dicho dos mil males en los Comentarios que nos dejó escritos. Pues con ser esto así, y con decir él mismo que había padecido y trabajado mucho por los Atenienses para ver libre aquella ciudad de la guarnición de los Macedonios, después a estos mismos los introdujo armados en la patria y en su propia casa hasta los últimos rincones, al propio tiempo que se desdeñaba de que un descendiente de Heracles y rey de los Espartanos, que, como quien templa instrumentos desafinados, restablecía el patrio gobierno, restituyéndolo a la sabia ley de Licurgo y al templado método de vida de los Dorios, tomara el título de general de los Sicionios y Triteos. Huyendo, pues, de la torta y de la capa, y de lo que acusaba como más duro en Cleómenes, que era la reducción de la riqueza y el destierro de la miseria, se postraba a sí mismo y postraba la Acaya ante la diadema, la púrpura y los preceptos despóticos de Macedonios y de sátrapas, por no estar a las órdenes de Cleómenes, haciendo sacrificios por la salud de Antígono y entonando con corona en la cabeza himnos en honor de un hombre lleno de corrupción y pestilencia. No es nuestro ánimo, al referir estas cosas, acusar a Arato, porque, en general, fue un varón digno de la Grecia y de los más ilustres de ella, sino tomar de aquí ocasión para compadecer la miseria de la naturaleza humana, que aun en índoles tan dignas de alabanza y tan inclinadas a toda virtud no puede producirse un bien perfecto y que no esté sujeto a alguna reprensión.

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