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No bien había corrido la voz de esta sorpresa por la ciudad, cuando unos se salieron de ella, llevándose lo que pudieron recoger, y otros acudieron con armas, y oponiéndose y resistiendo a los enemigos, si no pudieron rechazarlos, a lo menos proporcionaron seguridad a los ciudadanos que huían; de manera que no quedaron arriba de mil personas, habiéndose apresurado todos los demás a refugiarse a Mesena con sus hijos y sus mujeres. Salvóse también gran número de los que habían acudido en auxilio y habían tomado parte en el combate, siendo muy pocos los prisioneros que se hicieron; mas fueron de este corto número Lisándridas y Teáridas, varones muy ilustres y los de mayor autoridad entre los Megalopolitanos; por lo mismo los soldados que los apresaron los llevaron a presentar a Cleómenes;. Lisándridas, luego que le vio de lejos, le dijo en alta voz: “En tu mano está, oh rey de los Lacedemonios, ejecutar una hazaña más señalada y regia que la que acabas de hacer, y con la que adquieras todavía más gloria”; y Cleómenes, sospechando qué era lo que quería indicar: “¿Qué es lo que dices, Lisándridas?- le replicó- ¿Quieres proponerme que os restituya la ciudad?” A lo que contestó Lisándridas: “Eso mismo es lo que digo, aconsejándote que no arruines una ciudad como ésta, sino que la llenes de amigos y aliados fíeles y seguros, restituyendo a los Megalopolitanos su patria y constituyéndote en libertador de un pueblo tan numeroso”. Estuvo Cleómenes suspenso por un rato; luego dijo: “Difícil es eso de creer; pero con nosotros siempre ha podido más lo que se encamina a la gloria que al provecho.” Y dicho esto, los envió a Mesena, y un heraldo de su parte para anunciar que restituía su ciudad a los Megalopolitanos, sin más condición que la de que fueran sus aliados y amigos, separándose de los Aqueos. Mas, sin embargo de haber hecho Cleómenes una proposición tan benigna y humana, no dejó Filopemen a los Megalopolitanos separarse de la liga de los Aqueos, tomando para ello el medio de acusar a Cleómenes de que no trataba de restituir la ciudad, sino de apoderarse de los ciudadanos; e hizo echar a Teáridas y Lisándridas de Mesena. Este es aquel Filopemen que más adelante fue el primero de los Aqueos, y adquirió grande gloria y fama entre los Griegos, como en su propia Vida lo hemos escrito.

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