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Habiéndose oído de allí a poco que Antígono se dirigía otra vez a Tegea, para pasar desde allí a invadir la Laconia, reunió con presteza sus tropas, y adelantándose por otros caminos, al rayar el día se le vio ya en las inmediaciones de Argos, talando el país, para lo que no segaba el trigo como los demás con hoces o con las espadas, sino que lo tronchaba con unos palos largos, hechos en forma de sable, tomando como por juego el destrozar los frutos en la misma marcha sin ningún trabajo. Mas como al llegar al gimnasio Cilarabio quisiesen los soldados pegarle fuego, lo impidió, manifestándoles que lo ejecutado en Megalópolis mas había sido un arrebato de cólera que un acto laudable. Retiróse Antígono por el pronto a Argos, y después, según iba ocupando los montes y todas las eminencias, ponía guardias; y Cleómenes, para manifestar que no se le daba nada y le tenía en poco, le envió heraldos a pedirle las llaves del templo de Hera, para sacrificar a esta diosa en su retirada. Habiéndose burlado y mofado de esta manera, y hecho sacrificio a la diosa al pie del templo, que se halaba cerrado, condujo su ejército a Fliunte, y de allí expulsando la guarnición de Oligirto, bajó por Orcómeno; con lo que no solamente infundió aliento y confianza a sus ciudadanos, sino que con los enemigos mismos se acreditó de general y se mostró capaz de grandes empresas. Porque habiendo salido con las fuerzas de una ciudad sola, hacer juntamente la guerra contra el ejército de los Macedonios, contra todos los del Peloponeso y contra todos los tesoros del rey, y no sólo conservar intacta la Laconia, sino talar el territorio de aquellas y tomar ciudades de tanta importancia, esto era ciertamente obra de una pericia y de una virtud nada comunes.

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