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Tomó Antígono a Esparta con sólo presentarse; pero trató con humanidad a los Lacedemonios, sin insultar ni humillar la dignidad de Esparta; antes bien, les restituyó sus leyes y su gobierno, y sacrificando a los dioses, marchó al tercero día, noticioso de la guerra que sufría la Macedonia, y de que los bárbaros devastaban el país. Hallábase ya entonces enfermo, por haber contraído una tisis grave y una tos continua. Mas no por eso se dejó caer, sino que se esforzó para esta guerra de su patria durante lo bastante para alcanzar en ella una señalada victoria, con gran carnicería de los bárbaros, y hacer su muerte más gloriosa, la que se verificó, como es más natural, lo dice Filarco, de resultas de habérsele reventado la apostema con los gritos que dio durante el combate; aunque en los corrillos se decía que, prorrumpiendo de gozo después de la victoria en esta exclamación: “¡Oh, qué glorioso día!”, arrojó gran cantidad de sangre, y levantándosele una fuerte calentura, murió. Mas baste esto de Antígono.

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