Llegado a la ciudad, exhortó a los ciudadanos que salieron a recibirle a que dieran entrada a Antígono, y les dijo que por él, muerto o vivo, si en algo podía ser útil a Esparta, no faltaría a ejecutarlo. Viendo que las mujeres salían al encuentro a los que con él se habían salvado, que les tomaban las armas y les llevaban de beber, se entró en su casa; y como una criada que tenía de condición libre, habiéndola tomado en Megalópolis después de la muerte de su mujer, se llegase a él como solía, con deseo de asistirle, viéndole venir del ejército, ni quiso beber, sin embargo de que se ahogaba de sed, ni sentarse, estando fatigado; sino que, armado como estaba, puso la mano en una columna, y dejando caer el rostro sobre la flexura del brazo, descansó así por algunos instantes, y haciendo entre sí diferentes reflexiones, se dirigió con sus amigos al puerto de Gitio, y embarcándose en algunas naves prevenidas al intento, se hizo a la vela.