Desmayó, pues, en la demanda de naves y tropas; mas habiendo sabido que había muerto Antígono, que los Aqueos estaban enredados en la guerra de Etolia y que los negocios pedían su presencia y le llamaban allá, estando el Peloponeso en el mayor tumulto y agitación, pidió que se le permitiera ir sólo con sus amigos: pero de nadie fue escuchado, porque el rey a nadie daba oídos, entretenido siempre con mujerzuelas, con los regocijos de Baco y con comilonas; el que lo dirigía y gobernaba todo, que era Sosibio, si detenía a Cleómenes contra su deseo, le miraba como desasosegado y temible, y en el caso de dejarle marchar, le infundía recelos un hombre osado y de grandes alientos que estaba muy hecho cargo de las dolencias de aquel reino. Porque ni aun las dádivas le dominaban, sino que, así como Apis, cuando parecía que nadaba en la abundancia y en el placer, le inquietaba el deseo de una vida según su genio, y de las carreras y juegos en toda libertad, viéndose claramente que le era insufrible el que le contuviera la mano del sacerdote; del mismo modo a Cleómenes ningún regalo le lisonjeaba, sino que, como a Aquiles, el fuerte corazón se lo angustiaba de verse allí encerrado; y de las lides en el deseo bullicioso ardía.