No dejaba esta disposición de afligir a Cleómenes; pero fue todavía mas triste la perspectiva que se le presentó para lo venidero con este desgraciado accidente. Tolomeo, hijo de Crisermo, que era amigo del rey, había hablado siempre a Cleómenes con cariño, y aun había entre ambos cierta amistad y franqueza. Éste, pues, a ruego de Cleómenes, vino a verle, y le trató también en afabilidad, removiendo toda sospecha y procurando excusar al Rey; pero al retirarse de aquel edificio no se fijó en que Cleómenes seguía acompañándole hasta la puerta, y reprendió ásperamente a los de la guardia de que custodiaban con poca elegancia y cuidado a una fiera que pedía otra vigilancia. Oyólo Cleómenes, y retirándose sin que Tolomeo le sintiese, lo participó a los amigos. Todos, pues, desecharon las esperanzas que antes habían tenido, y poseídos de ira, determinaron vengarse de la injusticia e insulto de Tolomeo y morir de un modo digno de Esparta, sin aguardar a ser degollados como víctimas engordadas; para el sacrificio: pues era cosa terrible que, habiendo Cleómenes desechado las proposiciones de paz hechas por Antígono, gran militar y hombre de valor, se estuviera ahora sentado esperando a que se hallara de vagar un rey ministro de Cibeles, y a que depusiera el tímpano y el tirso para degollarle.