Tomada esta resolución, hizo la casualidad que Tolomeo había ido a Canopo, y con esta oportunidad hicieron correr la voz de que el rey le daba libertad. Además de esto, siendo costumbre recibida en el palacio que se enviase la comida y diferentes regalos a los que iban a ser sacados de la prisión, los amigos habían hecho estos preparativos para Cleómenes, y se los enviaron desde afuera del edificio, para engañar a los de la guardia, haciéndoles creer que era el rey el que los enviaba; para lo que sacrificó y les dio abundantemente parte, coronándose él de flores, y recostándose a comer con sus amigos. Dícese que puso en ejecución su designio más presto de lo que tenía pensado, por haber llegado a entender que un esclavo que estaba en el secreto había dormido fuera con una mujer, de la que estaba enamorado; y temeroso de que pudiera descubrirlo, siendo la hora del medio día, y habiéndose asegurado de que los guardias estaban durmiendo medio beodos, se puso la túnica, y desatando los lazos del hombro derecho, con la espada desnuda en la mano salió con los amigos, preparados de la misma manera, que en todos eran trece. De éstos, Hipotas, que era cojo, al primer ímpetu los acompañó con igual ardor; pero cuando advirtió que por él iban más despacio, les pidió que lo mataran y no malograron la empresa por esperar a un hombre inútil. Mas sucedió que atravesó por la puerta un alejandrino que llevaba un caballo; quitáronselo, y poniendo en él a Hipotas, dieron a correr por las calles, excitando a la muchedumbre a la libertad; pero, a lo que parece, para aquellos habitantes el último término de su valor era alabar y admirar la osadía de Cleómenes, no habiendo nadie que la tuviera para seguirle y darle ayuda. A Telomeo, hijo de Crisermo, que salía de palacio, le acometieron tres al punto, y le dieron muerte, y corriendo contra ellos en su carro el otro Tolomeo, a cuyo cargo estaba la custodia de la ciudad, saliéndole al encuentro, dispersaron a sus esclavos y a los de su escolta, y a él, arrojándole del carro, le mataron. Dirigiéronse en seguida al alcázar, con el objeto de quebrantar la cárcel y ayudarse con la muchedumbre de los presos; pero la guardia se les había anticipado, y la tenía bien defendida; de manera que, frustrado Cleómenes en este intento, corría desatentado por la ciudad, sin que se le reuniera nadie, y antes huyendo todos y mostrando el mayor temor, paróse, pues, y diciendo a sus amigos: “Nada tiene de extraño que sean mandados por mujeres unos hombres que rehúsan la libertad”, los exhortó a todos a morir de un modo digno de él y de sus anteriores hazañas. Hipotas fue el primero que se hizo traspasar por uno de los más jóvenes; y en seguida cada uno de los demás se atravesó a sí mismo con su espada con la mayor serenidad e intrepidez, a excepción de Penteo, que había sido el primero que entró en Megalópolis cuando fue tomada. A éste, bellísimo de persona, de la mejor índole y disposición para la educación espartana, y que por estas prendas había sido el amado de Cleómenes, le dio orden de que cuando viera que él y los demás habían acabado entonces acabara consigo. Yacían todos por el suelo, y Penteo fue de uno en uno tentando con la espada, no fuera que alguno quedara vivo; y haciendo por fin con Cleómenes la prueba de punzarle en un pie, como observase en su rostro algún movimiento, le besó, se sentó a su lado, y, cuando ya expiró, abrazó su cadáver, y en esta actitud se quitó a sí mismo la vida.