XXVI

Quería Galba salir, y Vinio no le dejaba; pero Celso y Lacón le excitaban, oponiéndose vigorosamente a Vinio; en esto corrió muy válida la voz de que a Otón lo habían muerto en el campamento, y de allí a poco se vio a Julio Ático, varón no de oscura calidad que militaba entre los lanceros de la guardia, venir corriendo, con la espada desenvainada, diciendo a gritos que había muerto el enemigo de César, y penetrando por entre los que tenía delante, mostró a Galba su espada ensangrentada. Volvióse, éste a mirarle, y “¿Quién te lo ha mandado?”, le preguntó: como respondiese que su lealtad y el juramento que tenía prestado, la muchedumbre gritó que muy bien dicho, y aplaudió con palmadas, y Galba se metió en la litera, queriendo ir a sacrificar a Júpiter y a mostrarse a los ciudadanos. Cuando entraba en la plaza, como una mudanza de viento súbita vino el rumor contrario de que Otón se había hecho dueño del campamento; y cuando, como es natural en tan numerosa muchedumbre, unos gritaban que se volviese, otros que continuara, éstos que no desmayara, aquellos que debía desconfiar, y la litera, en medio de semejante borrasca, era traída y llevada de acá para allá, estando para volcarse muchas veces, aparecieron primero los de a caballo, y luego la Infantería por la parte de la basílica de Paulo, gritando a una voz: “¡Fuera el que ya no es más que un ciudadano particular!” Dio entonces a correr todo aquel gentío, no para dispersarse en fuga, sino para ocupar los pórticos, balcones y corredores de la plaza, como en un espectáculo. Derribó al suelo Atilio Bergelión la estatua de Galba, y, tomándolo por principio de la guerra, empezaron a tirar dardos contra la litera; y como no la acertasen, marcharon hacia ella con las espadas desenvainadas, sin que nadie le defendiese o se mantuviese quedo, a excepción de un solo hombre, único que vio el sol entre tantos millares digno del Imperio de los romanos. Era éste el centurión Sempronio Denso, el cual, no habiendo recibido beneficio ninguno de Galba, sólo para tomar la defensa de lo justo y de lo honesto se puso al lado de la litera, y al principio, levantando en alto la vara con que los centuriones castigan a los que han caído en falta, gritaba a los que se acercaban, intimándoles que respetaran al emperador, después, como embistiesen con él, sacando la espada se defendió largo tiempo, hasta que, herido en las piernas, cayó.

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