XXV

Los primeros que allí le recibieron y proclamaron emperador se dice que no pasaban de veintitrés, por lo cual, aunque no era débil de ánimo, en proporción de lo muelle y afeminado de su cuerpo, sino más bien sereno y arriscado para los peligros, llegó a temer y querer desistir: pero los soldados que rodeaban la litera no se lo permitían, por más que él clamaba que lo habían perdido, y daba prisa a los mozos, porque algunos lo oyeron, y, más bien que conmoverse, se admiraron del corto número de los que a tal se atrevían. Cuando así le conducían por la plaza, vinieron otros tantos, a los que después se fueron reuniendo más, de tres en tres y de cuatro en cuatro, y luego se volvieron todos con él, aclamándole César y protegiéndole con las espadas desenvainadas. El tribuno Marcial, que era el que se hallaba de guardia, aunque no estaba en el secreto, aturdido con lo inesperado del suceso, por temor le dejó entrar, y cuando estuvo dentro, ya nadie se opuso, porque los que no estaban en lo que pasaba, confundidos con los que de antemano lo sabían, al principio se llegaban separados de uno en uno o de dos en dos, y después, enterados y atraídos, seguían a los otros. Al punto se refirió a Galba en el palacio lo sucedido, presente el sacrificador, y teniendo todavía en sus manos las entrañas de la víctima; de manera que aun los que dan poco crédito e importancia a estas cosas, ahora se quedaron maravillados del prodigio. Como acudiese de la plaza gran gentío, Vinio, Lacón y algunos libertos se pusieron, con las espadas desnudas, a protegerle, y acudiendo Pisón fue a asegurarse de la guardia del palacio. Hallándose la legión lírica en el pórtico llamado de Vipsanio, fue asimismo Mario Celso, varón de probidad y confianza, enviado a prevenirla.

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