Congregóse al punto el Senado, y como si fuesen otros hombres o tuviesen otros dioses, prestaron por Otón un juramento que no había guardado aquel por quien se juraba, y le aclamaron César y Augusto cuando todavía yacían arrojados en la plaza los cadáveres adornados de las ropas consulares. Cuando de las cabezas no tuvieron ya ningún uso que hacer, entregaron la de Vinio a su hija por dos mil quinientas dracmas; la de Pisón la pidió y recogió su mujer Verania, y la de Galba fue dada de regalo a los esclavos de Patrobio y Vitelio. Tomáronla éstos y, después de haber hecho con ella toda especie de escarnios e ignominias, la arrojaron en el lugar donde son sepultados los ajusticiados por los Césares, llamado Sesorio. El cuerno de Galba lo recogió Helvidio Prisco, con permiso de Otón, y por la noche le dio sepultura Argío, su liberto.