Vuelto, lo primero que hizo fue trasladar su habitación desde el palacio al barrio debajo de la plaza, como más plebeyo, por hacer la casualidad de que viviesen allí la mayor parte de los pobres e infelices. Después propuso las leyes que restaban para hacer que se votasen; pero habiendo concurrido grande gentío de todas partes, movió el Senado al cónsul Fanio a que, fuera de los Romanos, hiciera salir a todos los demás. Como se echase, pues, acerca de esto un pregón extraño y nunca antes usado para que en aquellos días no se viera en Roma ninguno de los confederados y amigos, Gayo publicó en contra un edicto, en el que acusaba al cónsul y prometía proteger a los confederados si permaneciesen; pero no hubo tal protección, y antes, habiendo visto que a un huésped y amigo suyo lo llevaban preso los lictores de Fanio, pasó de largo, y no hizo nada en su defensa, bien fuese por temor de que se viera que le faltaba el poder, o bien porque no quisiese ser, como decía, quien diese a los enemigos la ocasión que buscaban de contender y venir a las manos. Ocurrió también el haberse puesto mal con sus colegas por esta causa. Iba a darse al pueblo en la plaza un espectáculo de gladiadores, y los más de los magistrados habían formado corredores alrededor para arrendarlos. Dioles orden Gayo de que los quitaran, para que los pobres pudieran ver desde aquellos mismos sitios de balde, y como no hiciesen caso, aguardó a la noche antes del espectáculo, y tomando consigo a los operarios que tenía a su disposición, echó abajo los corredores, y al día siguiente mostró al pueblo el sitio despejado; con lo cual, para con la muchedumbre bien se acreditó de hombre que tenía entereza, pero disgustó a sus colegas, que le tuvieron por temerario y violento. De resultas de esto parece que le quitaron el tercer tribunado, porque si bien tuvo muchos votos, los colegas hicieron injusta y malignamente la regulación y el anuncio, aunque esto quedó en duda. Lo cierto es que llevó muy mal el desaire, y a los contrarios, que se le rieron, se dice haberles respondido, con más aires del que convenía, que reían con risa sardónica, por no saber cuán espesas tinieblas les había preparado con sus providencias.