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Celebrándole mucho el pueblo por estas obras, y mostrándose muy dispuesto a darle pruebas de su benevolencia, dijo, arengándole en una de las juntas, tenía que pedirle una gracia, obtenida la cual la apreciaría sobre todo, y si no fuese atendido, no por eso se quejaría. Al oír esto creyeron que sería la petición del consulado, y todos esperaron que aspiraría a un tiempo al consulado y al tribunado de la plebe. Llegado el día de los comicios consulares, y estando todos pendientes, se presentó, trayendo de la mano al campo de Marte a Gayo Fanio, y auxiliándole con sus amigos para que fuese elegido; lo que concilió a Fanio gran favor. Así es que fue nombrado cónsul, y Gayo, tribuno de la plebe por segunda vez, no por que hiciese gestiones o pidiese esta magistratura, sino únicamente a solicitud del pueblo. Observó que el Senado le era enteramente contrario, y que se había entibiado mucho la gratitud en Fanio: por lo que procuró captar a la muchedumbre con otras leyes, proponiendo que se enviaran colonias a Tarento y a Capua, y que se admitiera a los latinos a la participación de los derechos de ciudad. Temió con esto el Senado que se hiciese del todo invencible, y recurrió a un nuevo y desusado medio para apartar de él el amor de la muchedumbre, cual fue el de hacerse popular y favorable a ésta con exceso. Porque uno de los colegas de Gayo era Livio Druso, varón que ni en linaje ni en educación cedía a ninguno de los Romanos, y en elocuencia y en riqueza competía ya con los de más autoridad y poder, por estas mismas cualidades. Acuden, pues, a él los principales y le estimulan a que derribe de su favor a Gayo, y con su ayuda se vuelva contra él, no para chocar con la muchedumbre, sino para mandar a gusto de ésta, y favorecerla aun en cosas por las que sería honesto incurrir en su odio.

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