I

Al día siguiente, de mañana, subiendo el nuevo emperador al Capitolio, ofreció en él un sacrificio, y haciendo llamar a Mario Celso, lo abrazó y le habló con la mayor benignidad, exhortándole a que pusiera más cuidado en borrar de la memoria la causa de su detención que en retener el beneficio de la soltura. Respondióle Celso, no sin dignidad ni sin reconocimiento, porque le dijo que su modo de pensar lo manifestaba el delito mismo, habiendo sido su culpa mantenerse leal a Galba, a quien ningún beneficio debía, con lo que quedaron muy complacidos de ambos los que se hallaron presentes, y las tropas los aplaudieron. En el Senado, cuanto dijo fue muy popular y humano; para el tiempo que le restaba de su consulado, nombró a Verginio Rufo; a los designados por Nerón y Galba, a todos les guardó sus consulados; con los sacerdocios honró a los más ancianos o a los de mayor opinión; y a los senadores desterrados por Nerón, que habían vuelto en tiempo de Galba, les restituyó cuanto estaba por vender de los bienes de cada uno. Con esto, los más principales y honrados ciudadanos, que al principio se habían horrorizado, pareciéndoles que no era un hombre, sino un castigo o un mal genio el que de repente les había venido, empezaron a dar entrada a lisonjeras esperanzas en cuanto aquel reinado que así se les sonreía.

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