II

Mas nada fue de tanto placer para todos ni le ganó tanto las voluntades como lo ejecutado con Tigelino, pues nadie se hacía cargo de que estaba suficientemente castigado con el medio mismo de un castigo que la ciudad estaba exigiendo continuamente como una deuda pública y mi las insufribles enfermedades que padecía. Los hombres de juicio, además, tenían en él por el último suplicio, equivalente a muchas muertes, sus torpezas y liviandades abominables con inmundas ramerillas, a que todavía le arrastraba su disolución y desarreglo; pero, con todo, a la muchedumbre le era siempre de sumo disgusto que todavía viese el sol un hombre después de tantos como por él no lo veían. Envió, pues, un comisionado contra él a sus campos de Sinuesa, donde entonces residía con barcos prevenidos para retirarse más lejos. Intentó, no obstante, corromper a fuerza de oro al enviado, y no habiéndolo conseguido, no por eso dejó de hacerle presentes, rogándole que esperara mientras se afeitaba; y tomando la navaja, se cortó a sí mismo el cuello.

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