Los que desde luego le eran aficionados y tenían confianza en él hablaban admirados de esta mudanza; pero otros no veían en estas cosas más que una política necesaria en el momento, a fin de adquirir popularidad para la guerra. Porque ya se sabía de positivo que Vitelio había tomado la dignidad y el poder de emperador, y continuamente llegaban correos con noticia de que se le agregaba alguna fuerza más. Para eso otros anunciaban que los ejércitos de la Panonia, la Dalmacia y la Misia, con sus generales, habían elegido a Otón, y al cabo de poco vinieron cartas favorables de Muciano y Vespasiano, que tenían poderosos ejércitos, aquel en la Siria y éste en la Judea. Engreído de ánimo con estas nuevas, escribió a Vitelio amonestándole a que sólo pensara en su regalo, proponiéndole que le daría bienes y una ciudad donde pudiera con reposo vivir cómoda y alegremente. Contestóle éste por el mismo estilo con cierta burla, al principio templadamente; pero irritados después, se escribieron mil insolencias y dicterios, no con falta de verdad, pero sí con falta de juicio, y de un modo que daba que reír, cuando el uno motejaba al otro de vicios que eran comunes a ambos. Porque en cuanto a desarreglo, molicie, impericia en las cosas de la guerra, pobreza antes e inmensas deudas después, sería bien difícil discernir cuál de los dos estaba menos tiznado de estos vicios. Dícese que ocurrieron señales y apariciones, pero, fuera de la siguiente, las demás se fundan en relaciones ambiguas o que no tienen autor cierto. En el Capitolio había una Victoria que regía un carro, y todos vieron las riendas aflojadas de las manos, como que no podía tenerlas. En la isla que hay en medio del río, la estatua de Gayo César, sin preceder ni terremoto ni viento, se volvió del occidente al oriente, lo que dicen sucedió en aquellos días en que Vespasiano se apoderó ya abiertamente de la autoridad. También lo ocurrido con el Tíber se tuvo comúnmente por señal infausta, pues aunque era el tiempo en que los ríos tomaban más agua, nunca antes había subido tanto ni causado tantas ruinas y destrozos, extendiéndose e inundando una gran parte de la ciudad, especialmente la plaza donde venden el trigo, de tal manera que por muchos días hubo grande escasez.