Sirvió mucho para los negocios y para Espurina el insulto hecho a este mismo tiempo a sus soldados en Placencia; porque los de Vitelio llegándose a las murallas, motejaban a los de Otón de que se resguardaban con las fortificaciones, llamándolos gente de teatro y pantomima, espectadores de juegos típicos y olímpicos, pero inexpertos en la guerra y la milicia, de las que no tenían idea, estando muy ufanos con haber cortado la cabeza a un anciano desarmado, diciéndolo por Galba, pero sin tener ánimo para presentarse a combatir y pelear con hombres a cuerpo descubierto. Porque fue tanto lo que con estos baldones se irritaron e inflamaron, que corrieron a Espurina, rogándolo que dispusiera de ellas y les mandara lo que gustase, pues que no habría peligro o trabajo a que se negasen. Trabóse, pues, un reñido combate mural, y, aunque se arrimaron muchas máquinas, vencieron los de Espurina, rechazando con gran matanza a los contrarios, y conservaron con gloria una ciudad tan floreciente como la que más de Italia. Eran, de otra parte, así para las ciudades como para los particulares, menos molestos los generales de Otón que los de Vitelio, porque de éstos Cecina ni en el idioma ni en el traje tenía nada de romano, sino que chocaba con su desmedida estatura, vestido a lo galo, con bragas y mangotes, para tratar con alféreces y caudillos romanos. Su mujer le seguía escoltada de caballería escogida, yendo a caballo sumamente adornada y compuesta. Fabio Valente, el otro general, era tan dado a atesorar, que ni los saqueos de los enemigos ni los robos y cohechos de los aliados habían bastado a saciar su codicia; y aun parecía que por esta causa marchaba lentamente y se habla atrasado en términos de no haber podido hallarse en la primera acción, aunque otros culpan a Cecina de que por apresurarse a hacer suya la victoria antes que aquel llegase, además de otros menores yerros en que incurrió, dio fuera de tiempo la batalla, y peleando flojamente en ella, estuvo en muy poco que no lo perdiese todo.