XVI

Dicho esto, rechazó a los que todavía insistían y el rogaban, y encargó a los amigos que vieran de ganar la gracia de Vitelio, y lo mismo a los senadores que allí se hallaban. A los ausentes y a las ciudades les escribió para que abrazaran aquel partido con honor y seguridad. Hizo llamar a su sobrino Coceyo, jovencillo todavía, y lo exhortó a tener buen ánimo y no temer a Vitelio, pues que él había salvado a la madre de éste, sus hijos y su mujer, cuidando de ellos como si fueran sus deudos. Decíale que, siendo su ánimo prohijarle, por esto mismo lo había dejado para más adelante, y que tuviera presente que, siendo ya César, había dilatado la adopción para que imperara con él si era vencedor, y no se malograse si fuese vencido. “Te prevengo, hijo mío -añadió-, por último encargo, que ni enteramente olvides ni te acuerdes demasiado de que has tenido un tío César”. Acabado esto, de allí a bien poco oyó alboroto y gritería a la puerta, y era que los soldados a los senadores que iban a salir les hacían amenazas de muerte si no se estaban quietos, y si, abandonando al emperador, pensaban en retirarse. Salió, pues, otra vez, temiendo por ellos, y ya no con blandura ni en aire de ruego, sino con enojo e ira, miró a los soldados, especialmente a los alborotadores, mandándoles marcharse de allí, y ellos callaron y obedecieron.

Share on Twitter Share on Facebook