Llegado el día, llamaba al pueblo para proceder la votación; pero los ricos habían quitado las urnas, y este incidente produjo un grandísimo alboroto. Podían Tiberio y su partido emplear la fuerza, y a ello se disponían; pero en aquel momento Manlio y Fulvio, varones consulares, se dirigieron a Tiberio, y tomándole las manos, le rogaban con lágrimas que se contuviera. Reflexionando éste sobre las terribles consecuencias que ya preveía, y acatando además a tan autorizados varones, les preguntó qué querían hiciese; a lo que contestaron no creerse capaces de responder de pronto a semejante consulta, y que lo mejor sería poner la decisión en manos del Senado; y haciéndole sobre ello instancias, condescendió con su deseo. Mas como reunido el Senado nada adelantase, porque el mayor influjo era de los ricos, echó mano de un medio nada legal ni pacífico, cual fue el de privar del tribunado a Octavio, no encontrando otro para que la ley se pusiera a votación. Empezó para esto a interponer con él públicamente ruegos, hablándole en los términos más amistosos y humanos, y tomándole las manos, le suplicaba cediera en cuanto a la ley, y favoreciera al pueblo en una cosa tan justa y que sería ligera recompensa de grandes trabajos y peligros. Desechada por Octavio esta propuesta, ya hablándole en otro tono le repuso que, teniendo ambos una misma autoridad, y disintiendo sobre negocios de tan grande importancia, no habría cómo acabar su tiempo sin hacerse la guerra; que, por tanto, sólo veía un remedio a este mal, que era el de cesar uno de los dos en la magistratura, y propuso a Octavio que llamara al pueblo a votar acerca de él, pues por su parte descendería al punto, y quedaría reducido a la clase de particular, si así lo determinaban los ciudadanos. No conviniendo en ello Octavio, le dijo Tiberio que en tal caso estaba resuelto a llamar a votar acerca de él, a no ser que, pensándolo mejor, mudara de dictamen.