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Nombrado cuestor después de aquella guerra, cúpole en suerte militar contra los de Numancia con el Cónsul Cayo Mancino, varón no vituperable, pero el general más desgraciado de todos los Romanos; por lo tanto, resplandeció más en acontecimientos tan extraños de fortuna y en semejantes adversidades no sólo la puntualidad y valor de Tiberio, sino lo que es de admirar, su veneración y respeto hacia el caudillo, cuando él mismo, oprimido de tantos males, hasta de que era general se había olvidado. Porque vencido en grandes y continuados combates, intentó retirarse de noche, abandonando el campamento; pero habiéndolo percibido los Numantinos, tomaron éste inmediatamente, cayeron sobre los fugitivos, dieron muerte a los que alcanzaron, y envolvieron por fin todo el ejército, impeliéndole hacia lugares ásperos, de los que no había salida; por lo que, desesperado Mancino de todo buen término, hizo publicar que trataría con ellos de conciertos de paz; pero respondieron que no se fiarían sino de sólo Tiberio, proponiendo que fuera éste el que se les enviara. Movíanse a ello ya por el mismo joven, a causa de la fama que de él había en el ejército, y ya también acordándose de su padre Tiberio, que haciendo la guerra a los Españoles, y habiendo vencido a muchas gentes, asentó paz con los Numantinos, y confirmada por el pueblo, la guardó siempre con rectitud y justicia. Enviado, pues, Tiberio, entró con ellos en pláticas, y ora haciendo recibir unas condiciones, ora cediendo en otras, concluyó un tratado por el que salvó notoriamente a veinte mil ciudadanos Romanos, sin contar los esclavos ni la demás turba que no entra en formación.

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