VII

El rey Lisímaco, aunque no le faltaba en qué entender, deseaba ardientemente venir en auxilio de éste, y estando cierto de que Pirro en nada desagradaría ni negaría nada a Tolomeo, le remitió una carta supuesta, a nombre de éste, en que le prevenía se retirase de la expedición por trescientos talentos que recibiría de Antípatro. Abrió Pirro la carta, y al punto conoció el engaño, porque la cortesía no era la acostumbrada: el padre al hijo, salud; sino el rey Tolomeo al rey Pirro, salud. No dejó, pues, de reconvenir a Lisímaco; sin embargo, convino en la paz, y se habían reunido, como si sacrificando víctimas fueran a confirmar los tratados con juramento. Habíanse traído un macho de cabrío, un toro y un carnero, y como éste se muriese por sí, a todos los demás les causó risa aquel suceso; pero el agorero Teodoro prohibió a Pirro que jurase, diciendo que aquel prodigio anunciaba la muerte de uno de los tres reyes; así, Pirro se apartó de la paz por esta causa. Cuando ya los negocios de Alejandro tomaban consistencia, acudió Demetrio, y como se presentaba a asistir al que no lo había menester, desde luego dio que recelar: pero a bien pocos días de haberse reunido, por mutua desconfianza se armaron asechanzas uno a otro. Espió la oportunidad Demetrio y, adelantándose al joven, le quitó la vida, declarándose rey de Macedonia. Tenía ya antes de aquella época quejas contra Pirro, y había hecho incursiones en la Tesalia, a lo que se agregaba la natural enfermedad de los poderosos, que es la ambición desmedida, por la cual había venido a ser entre ellos la vecindad muy recelosa y desconfiada, especialmente después de la muerte de Deidamía; mas cuando ya ambos poseyeron la Macedonia y vinieron a coincidir en un mismo punto de codicia, teniendo la discordia, más visibles causas, acometió Demetrio a los Etolos; los venció, y dejando allí a Pantauco, con bastantes fuerzas, marchó él mismo contra Pirro, y Pirro contra él apenas lo llegó a entender. Hubo equivocación en el camino y se desviaron el uno del otro; Demetrio, penetrando en el Epiro, lo asoló, y Pirro, por su parte, cayendo sobre Pantauco, se dispuso a presentarle batalla. Trabada ésta, era terrible el combate entre los soldados, y mucho más entre los jefes; porque Pantauco, que en valor, en firmeza de brazo y en robustez de cuerpo era sin disputa el primero entre los caudillos de Demetrio, sobrándole además el arrojo y altivez, provocaba a Pirro a singular combate, y éste, que en fortaleza y reputación no cedía a ninguno de los reyes, y aspiraba a acreditar que la gloria de Aquiles no tanto le era propia por linaje como por virtud, corría por medio de los enemigos en busca de Pantauco. Combatiéronse primero con las lanzas; pero viniendo después a las manos, hicieron uso, con maña y con fuerza, de las espadas, y recibiendo Pirro una herida, y dando dos, una en un muslo y otra en el cuello, rechazó y derribó a Pantauco, aunque no le acabó de matar, porque sus amigos le retiraron. Alentados los Epirotas con la victoria de su rey, y admirados de su valor, rompieron y desbarataron la falange de los Macedonios; siguiéronles el alcance en la fuga y dieron muerte a muchos tomando vivos a cinco mil.

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