XIII

Retirado entonces Pirro al Epiro, y abandonando ya la Macedonia, ofrecíale la fortuna el poder de gozar de lo presente sin inquietudes y vivir en paz gobernando su propio reino; pero para él no causar daño a otros ni recibirlo de ellos a su vez era un tormento, y en cuanto al reposo le sucedía como a Aquiles, Que en él su corazón se consumía allí encerrado; y todo su deseo eran las huestes y la cruda guerra, Aspirando, pues, a ella, tuvo para entrar en nuevas empresas la ocasión siguiente: hacían los Romanos la guerra a los Tarentinos, y éstos, no pudiendo ni hacer frente a ella ni ponerle término, por el acaloramiento y malignidad de sus demagogos, acordaron nombrar por su general y hacer tomar parte en esta guerra a Pirro, el menos distraído entonces entre los reyes y el más aguerrido de todos los capitanes. De los ancianos y los hombres de juicio algunos se opusieron a esta resolución; pero tuvieron que ceder a la gritería y alboroto de la muchedumbre; otros, en vista de esto, desertaron de las juntas. Había un hombre moderado llamado Metón, y éste, llegado el día en que había de confirmarse el decreto, cuando ya el pueblo estaba congregado, tomando una corona marchita y un farol, como si estuviese beodo, se dirigió, acompañado de una tañedora de flauta, a la junta del pueblo. Allí, como sucede en tales juntas populares, no habiendo orden alguno, los unos, al verle, empezaron a dar gritos, los otros se reían y nadie le oponía estorbo, y antes bien algunos decían que la mujer tocase, y que él, pasando adelante, cantase lo que parecía iba a ejecutar; impuesto, pues, silencio: “Tarentinos- les dijo-, hacéis muy bien en divertiros y en regalaros mientras os es permitido, sin poner obstáculos a quien de ello guste; por tanto, si tenéis juicio, gozaréis ahora de vuestra libertad, como que otros negocios, otra vida y otro régimen os esperan luego que Pirro llegue a la ciudad.” Logró con estas cosas persuadir a la mayor parte de los Tarentinos, y por toda la junta corrió el murmullo de que decía muy bien; pero los que temían a los Romanos y el ser entregados a ellos si se hacía la paz afrentaban al pueblo, porque se dejaba burlar y escarnecer tan vergonzosamente, con lo que hicieron salir de allí a Metón. Confirmado de esta manera el decreto, enviaron embajadores al Epiro, que llevaron presentes a Pirro, no sólo de su parte, sino de los demás de Italia, y manifestaron que lo que necesitaban era un general experto y acreditado. Tenían, además, grandes fuerzas del país de los Lucanos, Mesapios, Samnitas y Tarentinos, hasta veinte mil caballos, y de infantes en todo trescientos mil y cincuenta mil hombres; cosas que no sólo inflamaron a Pirro, sino que a los mismos Epirotas les inspiraron deseos y empeño por ser de la expedición.

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