Presentósele en esto Lisímaco, y como le expusiese que había sido obra de ambos la ruina de Demetrio y manifestase deseos de que dividiesen el reino, Pirro que no tenía todavía gran confianza en la lealtad delos Macedonios, sino que más bien estaba receloso de ellos, admitió la proposición de Lisímaco, y se repartieron entre sí todo el territorio y las ciudades. Llenó esto en aquellos momentos los deseos, y puso término entre ellos a la guerra; pero al cabo de bien poco conocieron que lo que habían creído fin de la enemistad no era sino principio de quejas y de discordia; porque aquellos a cuya ambición ni el mar ni los montes ni los de- siertos son suficiente término, y a cuya codicia no ponen coto los límites que separan la Europa del Asia, no puede concebirse cómo estarán en quietud rozándose y tocándose continuamente, sino que es preciso que se hagan siempre la guerra, siéndoles ingénito el armarse asechanzas y tenerse envidia. Así es que de estos dos nombres, guerra y paz, hacen uso como de la moneda, para lo que les es útil, no para lo justo, y debe considerarse que son mejores cuando abierta y francamente hacen la guerra que no cuando al abstenerse y hacer pausas en la violencia le dan los nombres de justicia y amistad. Vióse esto bien claro en Pirro, quien, para oponerse de nuevo al aumento de Demetrio y reprimir su poder, que como de una grave enfermedad iba convaleciendo, dio auxilio a los Griegos, pasando para ello a Atenas. Subió, pues, al alcázar, hizo sacrificio a la Diosa, y bajando en el mismo día les dijo estar muy satisfecho del amor y benevolencia del pueblo; pero que si tenían juicio no volverían nunca a permitir a ningún rey el entrar en la ciudad, ni le abrirían las puertas. Asentó luego paces con Demetrio y como de allí a poco tiempo pasase éste al Asia, incitado de nuevo por Lisímaco, le sublevó la Tesalia e hizo la guerra a las guarniciones griegas, ya porque le iba mejor con los Macedonios cuando los tenía ejercitados en la milicia que cuando estaban ociosos, y ya, sobre todo, porque no era su genio de estarse nunca quieto. Por último, vencido Demetrio en la Siria, como Lisímaco quedase libre de miedo y de otras atenciones, al punto marchó contra Pirro. Hallábase éste acuartelado en Edesa, y echándose sobre las provisiones que le llevaban, con interceptárselas le puso ya en grande apuro; después, por escrito y de palabra, empezó a sobornarle a los principales de los Macedonios, echándoles en cara que hubiesen escogido por señor a un extranjero, descendiente de los que siempre habían servido a los Macedonios, y arrojaran de esta región a los amigos y deudos de Alejandro. Como fuesen ya muchos los seducidos, entró en temor Pirro, y se retiró con las tropas del Epiro y de los aliados, perdiendo la Macedonia del mismo modo que la había adquirido. No tienen, pues, los reyes que quejarse de los pueblos si se mudan y buscan su conveniencia, porque en esto no hacen más que imitarlos, siendo ellos mismos sus maestros de deslealtad y traición y quienes les enseñan que el que más gana es el que menos consideración tiene a la justicia.