XVIII

No destituyeron los Romanos a Levino del mando, sin embargo de que es fama haber dicho Gayo Fabricio que no habían sido los Epirotas los que habían vencido a los Romanos, sino Pirro a Levino, dando a entender que el vencido no había sido el ejército, sino el general. Completaron pues, las legiones y alistaron con prontitud nuevos soldados, y hablando de la guerra con fiada y decididamente, dejaron a Pirro sorprendido. De terminó por tanto, enviar quien tantease si se hallaban con disposiciones de paz: haciendo la cuenta de que el tomar a Roma y enseñorearse de ella del todo no era negocio hacedero, y menos para la fuerza con que se hallaba, y que la paz y los tratados, después de la victoria, contribuían en gran manera para su opinión y fama. Fue el embajador Cineas quien procuró acercarse a los más principales, llevando regalos de parte del rey para todos ellos y para sus mujeres. Mas nadie los recibió, sino que todos y todas respondieron que, hechos los tratados con la autoridad pública, de los bienes de cada uno podría disponer el rey a su voluntad, dándose en ello por servidos. Con el Senado usó Cineas de un lenguaje muy conciliador y humano, y, sin embargo, no se mostraron contentos ni dieron señales de admitir las pro posiciones, por más que les dijo que Pirro devolvería sin rescate los que habían sido hechos cautivos en la guerra y les ayudaría a sujetar la Italia, sin pedir por todo esto otra cosa que paz y amistad para sí y seguridad para los Tarentinos. Había manifiestos indicios de que los más cedían y se inclinaban a la paz por haber sufrido ya una gran derrota y temer otra de fuerzas mucho mayores, después de incorporados con Pirro los Italianos. A esto Apio Claudio, varón muy distinguido, pero que por la vejez y la privación de la vista se había retirado del gobierno, como corriese la voz de las proposiciones hechas por el rey y prevaleciese la opinión de que el Senado iba a admitir la paz, no pudo sufrirlo en paciencia, sino que mandando a sus esclavos que tomándole en brazos le pusiesen en la litera, de este modo se hizo llevar al Senado, pasando por la plaza. Cuando estuvo a la puerta, recibiéronle y cercáronle sus hijos y sus yernos y le entraron adentro, quedando el Senado en silencio por veneración y respeto a persona de tanta autoridad.

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