XX

Después, de esto, enviáronse legados a Pirro a tratar de los cautivos, siendo uno de aquellos Gayo Fabricio, de quien Cineas había hecho larga mención, como de un hombre justo y gran guerrero, pero sumamente pobre. Tratóle Pirro con la mayor consideración, y procuró atraerle a que tomase una cantidad de oro, la que no se le daba por ninguna condescendencia menos honesta, sino con el nombre de prenda de alianza y hospitalidad. Rehusola Fabricio, y Pirro por entonces se desentendió; más al día siguiente, queriendo dar un susto a Fabricio, que no había visto nunca un elefante, dio orden de que cuando estuvieran los dos en conversación hicieran que de repente se apareciera por la espalda el mayor de ellos, corriendo la cortina. Hízose así, y dada la señal, se corrió la cortina; el elefante, levantando la trompa, la llevó encima de la cabeza de Fabricio, dando una especie de alarido agudo y terrible. Volvióse éste con sosiego, y sonriéndose dijo a Pirro: “Ni ayer me movió tu oro, ni hoy tu elefante”. Hablóse en el banquete de diferentes asuntos, y con especialidad de Grecia y de los filósofos, y Cineas sacó la conversación de Epicuro, refiriendo lo que dicen los de su escuela acerca de los Dioses, del gobierno y del fin supremo; poniendo éste en el placer, huyendo de los empleos como de un menoscabo y alteración de la bienaventuranza y colocando a los Dioses lejos de todo amor y odio y de providencia alguna por nosotros, en una vida descansada y llena de delicias. Todavía no había concluido, cuando exclamó Fabricio: “¡Por Hércules, éstas sean las opiniones de Pirro y de los Samnitas, mientras mantienen guerra con nosotros!” Maravillado cada vez más Pirro de la prudencia y de la probidad de Fabricio, fue también mayor su deseo de hacer por su medio amistad con Roma en lugar de continuar la guerra. exhortábale, pues, en sus particulares conferencias, a que se hiciera el tratado y después le siguiese y viviese en su compañía, en la que tendría el primer lugar entre sus amigos y generales, a lo que se dice haberle contestado sosegadamente: “Pues eso ¡oh rey! a ti no puede estarte bien, porque los mismos que ahora te veneran y te sirven, si llegaran a conocerme, querrían más ser por mí que por ti gobernados”. ¡Tal era el carácter de Fabricio! Pues Pirro oyó esta respuesta no como tirano con enojo, sino que dio idea a sus amigos de la elevación de ánimo de Fabricio, y a él solo le confió los cautivos para que, si el Senado no decretaba la paz, después de haber saludado a sus deudos y celebrado las fiestas saturnales, volviesen al cautiverio; y vol- vieron efectivamente después de la celebridad, habiendo establecido el Senado la pena de muerte contra el que se quedase.

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