Fue conferido después el mando a Fabricio, y vino en su busca un hombre al campamento, trayéndole una carta escrita por el médico del rey, en la que le ofrecía quitar de en medio a Pirro con hierbas, si por el mérito de hacer cesar la guerra sin peligro alguno se le prometía un agradecimiento correspondiente. No pudo Fabricio sufrir semejante maldad, y, haciendo entrar en los mismos sentimientos a su colega, escribió sin dilación una carta a Pirro, previniéndole que se guardara de aquel riesgo. Estaba la carta concebida en estos términos: “Gayo Fabricio y Quinto Emilio, cónsules de los Romanos, al rey Pirro, felicidad. Parece que no eres muy diestro en juzgar de los amigos y de los enemigos. Leída la carta adjunta que se nos ha remitido, verás que haces la guerra a hombres rectos y justos, y que te fías de inicuos y malvados. Dámoste este aviso, no por hacerte favor, sino para que cualquiera mal suceso tuyo no nos ocasione una calumnia y parezca que tratamos de dar fin a la guerra con malas artes, ya que no podemos con el valor”. Cuando Pirro se halló con esta carta y se enteró de las asechanzas, castigó al médico, y en agradecimiento envió a Fabricio los cautivos sin rescate, haciendo de nuevo pasar a Cineas a negociar la paz. Mas los Romanos, desdeñándose de recibir de gracia los cautivos, bien fuese la remesa favor de un enemigo o recompensa de no haber sido injustos, enviaron asimismo a Pirro otros tantos Tarentinos y Samnitas; pero acerca de la amistad y paz no permitieron que se entrase en conferencia sin que antes retirase de la Italia sus armas y su ejército, tornándose al Epiro en las mismas naves en que vino. Fue, pues, preciso disponerse a otra batalla, para lo que, poniendo en movimiento su ejército, y alcanzando a los Romanos junto a la ciudad de Ásculo, fue de éstos impelido a lugares inaccesibles a la caballería y a un sitio muy pendiente y poblado de matorrales, que quitaba toda facilidad para que los elefantes se unieran con la hueste; y habiendo tenido muchos muertos y heridos, sólo la noche puso fin al combate. Pensó entonces de qué modo al día siguiente haría la guerra en lugar llano, en el que los elefantes pudieran oponerse a los enemigos, y como para ello ocupase, con una gran guardia, los malos pasos, y colocase entre los elefantes multitud de azconeros y saeteros, acometió con gran ímpetu y fuerza, llevando su hueste muy espesa y apiñada. Los Romanos, no siendo dueños, como antes, de los desfiladeros y puestos ventajosos, acometieron también de frente en la llanura; y procurando rechazar a los pesadamente armados antes que sobreviniesen los elefantes, tuvieron con las espadas un terrible combate contra las lanzas, no curando de sí en ninguna manera, ni atendiendo a otra cosa que a herir y trastornar, sin tener en nada lo que padecían. Al cabo de mucho tiempo dícese que la retirada tuvo principio en el punto donde se hallaba Pirro, que acosó extraordinariamente a los que tenía al frente; mas el principal daño provino del ímpetu y fuerza de los elefantes, no pudiendo los Romanos usar de su valor en la batalla; por lo cual, como si una ola o terremoto los estrechase, creyeron que debían ce- der y no esperar a morir con las manos ociosas, padeciendo, sin poder ser de ningún provecho, los males más terribles. Y, sin embargo de no haber sido larga la retirada al campamento, dice Jerónimo que murieron seis mil de los Romanos, y de la parte de Pirro se refirió en sus comentarios haber muerto tres mil quinientos y cinco; pero Dionisio ni dice que hubiese habido dos batallas junto a Ásculo, ni que ciertamente hubiesen sido vencidos los Romanos, sino que, habiendo peleado una sola vez, apenas cesaron de la contienda después de puesto el Sol, siendo Pirro herido en un brazo con un golpe de lanza y habiendo los Samnitas saqueado su bagaje; y que del ejército de Pirro y del de los Romanos murieron sobre quince mil hombres de una y otra parte. Ambos se retiraron, y se cuenta haber dicho Pirro a uno que le daba el parabién: “Si vencemos a los Romanos en otra batalla como ésta, perecemos sin recurso”. Porque había perdido gran parte de la tropa que trajo y de los amigos y caudillos todos, a excepción de muy pocos, no siéndole posible reemplazarlos con otros, y a los aliados que allí tenía los notaba muy tibios, mientras que los Romanos completaban con facilidad y prontitud su ejército, como si en casa tuvieran una fuente perenne, y nunca con las derrotas perdían la confianza, sino que más bien la cólera les daba nuevo vigor y empeño para la guerra.