Bajó luego a Esparta, y Cleónimo quería que la invadiera sin detención; pero Pirro, temeroso, según se dice, de que los soldados saqueasen la ciudad si entraban de noche, le contuvo diciendo que ya se haría al día siguiente; porque los habitantes eran pocos, y los cogerían desprevenidos a causa de la prontitud. Hacía además la casualidad que Arco no se hallase allí, sino en Creta, auxiliando a los Gortinios, que tenían guerra, y esto fue lo que principalmente salvó a la ciudad, mirada con desprecio por su soledad y flaqueza; pues Pirro, persuadido de que no tendría que combatir con nadie, se acampó, cuando los amigos e hilotas de Cleónimo tenían la casa prevenida y dispuesta para que Pirro fuese festejado en ella. Mas, venida la noche, como los Lacedemonios empezasen a deliberar sobre mandar las mujeres a Creta, éstas se opusieron a ello, y aun Arquidamia se presentó ante el Senado con una espada en la mano, haciendo cargo a los hombres de que creyesen que ellas desearían vivir después de perdida Esparta. Resolvieron después abrir una zanja paralela al campamento de los enemigos y poner carros a uno y otro extremo enterrando las ruedas hasta los cubos, para que, teniendo un asiento firme, sirvieran de estorbo a los elefantes. Cuando en esto entendían, llegaron adonde estaban las doncellas y casadas, las unas con los mantos arremangados sobre las túnicas, y las otras con las túnicas solas, a ayudar en la obra a los ancianos. A los que habían de pelear les decían que descansasen, y, tomando la plantilla, hicieron por sí solas la tercera parte de la zanja, la cual tenía de ancho seis codos, de profundidad cuatro, y de longitud ocho pletros o yugadas, según dice Filarco, y menos según Jerónimo. Movieron al mismo punto de amanecer los enemigos, y ellas, alargando a los jóvenes las armas y encargándoles la zanja, los exhortaban a defenderla y guardarla, porque, si era dulce el vencer ante los ojos de la patria, también era glorioso el morir en los brazos de las madres y de las esposas, pereciendo de un modo digno de Esparta. Quilónide, retirada en su casa, se había echado un lazo al cuello, para no venir al poder de Cleónimo si Esparta se tomaba.