Era Pirro atraído de frente con su infantería a los espesos escudos de los Espartanos que le estaban contrapuestos, y a la zanja que no podía pasarse, ni permitía hacer pie firme por el lodo. Mas su hijo Tolomeo, que tenía a sus órdenes dos mil Galos y las tropas escogidas de los Caonios, haciendo una evolución sobre la zanja procuraba pasar por encima de los carros; pero éstos, por estar profundos y muy espesos, no solamente le hacían difícil a él el paso, sino también a los Lacedemonios la defensa. En esto, como consiguiesen los Galos levantar las ruedas y amontonar los carros en el río, advirtiendo el joven Acrótato el peligro, y corriendo a la ciudad con trescientos hombres, envolvió a Tolomeo sin ser de él visto, por ciertas desigualdades del terreno, hasta que acometió a los últimos y los precisó a que volviesen a pelear con él, impeliéndose unos a otros y cayendo en la zanja y entre los carros; de manera que con trabajo y no sin gran mortandad pudieron retirarse. Los ancianos y gran número de las mujeres fueron espectadores de las proezas de Acrótato; así, cuando después volvía por medio de la ciudad a tomar su formación, bañado en sangre, pero ufano y engreído en la victoria, todavía les pareció más alto y más bello a las Espartanas, que miraban con celos el amor de Quilónide; algunos de los ancianos le seguían gritando: “¡Bravo, Acrótato!, sigue en tus amores con Quilónide, sólo con que des excelentes hijos a Esparta”. Siendo muy reñida la batalla que se sostenía por la parte donde se hallaba Pirro, otros muchos había que peleaban denodadamente; pero Filio, resistiendo mucho tiempo y dando la muerte a muchos de los que le combatían, cuando por el gran número de sus heridas conoció que iba a fallecer, cediendo su puesto a uno de los que tenía cerca, cayó entre sus filas para que no se apoderaran de su cadáver los enemigos.