XXXIV

Pirro, en vista de semejante borrasca y tempestad, quitándose la corona con que estaba adornado su yelmo, la entregó a uno de sus amigos, y, fiado de su caballo, arremetió a los enemigos que le perseguían; habiendo sido lastimado en el pecho, de una lanzada, aunque la herida no fue grave ni de cuidado, revolvió contra el autor de ella, que era Argivo, no de los principales, sino hijo de una mujer anciana y pobre. Era ésta espectadora del combate, como las demás mujeres, desde un tejado, y cuando advirtió que su hijo las había con Pirro, conmovida con el peligro, tomando una teja con entrambas manos la dejó caer sobre Pirro. Dióle en la cabeza, sobre el yelmo; pero habiéndole roto las vértebras por junto a la base del cuello, eclipsóle la luz de los ojos, y las manos abandonaron las riendas. Lleváronle al monumento de Licimnio, y allí se cayó al suelo, no siendo conocido de los más; pero un tal Zópiro, de los que militaban con Antígono, y otros dos o tres, corriendo donde estaba, le reconocieron y le introdujeron en un portal, a tiempo que empezaba a volver en sí del golpe. Al desenvainar Zópiro una espada ilírica para cortarle la cabeza, se volvió a mirarlo Pirro con tanta indignación, que Zópiro le tuvo miedo; y ya temblándole las manos, ya volviendo al intento, lleno de turbación y sobresalto, no al recto, sino por la boca y la barba, tarda y difícilmente se la cortó por último. A este tiempo ya el suceso era notorio a los más, y, acudiendo Alcioneo pidió la cabeza, como para reconocerla; y tomándola en la mano, aguijó con el caballo adonde el padre estaba sentado con sus amigos, y se la arrojó delante. Miróla, conocióla Antígono, apartó de sí al hijo con el cetro llamándole cruel y bárbaro, y llevándose el manto a los ojos se echó a llorar, acordándose de su abuelo Antígono y de Demetrio su padre, ejemplos para él domésticos de las mu- danzas de la fortuna. A la cabeza y al cuerpo los hizo adornar convenientemente y los quemó en la pira. Después, habiendo Alcineo descubierto a Héleno abatido y envuelto en una ropa pobre, le trató humanamente y le condujo ante el padre, quien, en vista de esto, le dijo: “Mejor lo has hecho ahora, hijo mío, que antes; pero aun ahora no del todo a mi gusto, no habiéndole quitado ese vestido que más que a él nos afrenta a nosotros que tenemos el nombre de vencedores.” Mirando, pues, a Héleno con la mayor consideración, le hizo acompañar al Epiro, y a los amigos de Pirro los trató también con afabilidad, hecho dueño de su campo y de todo su ejército.

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