CARTA

AL MARQUES DE VELADA Y DE SAN ROMAN

dándole cuenta del viaje de Andalucía con el rey Don Felipe IV; fecha en Andújar, á 17 de Febrero.

YO caí, san Pablo cayó; mayor fué la caida de Luzbel. Mis piés no han menester apetites para tropezar: soy tartamudo de zancas y achacoso de portante. Volcóse el coche del Almirante (íbamos en él seis); descalabróse don Enrique Enriquez; yo salí por el zaquizamí del coche, asiéndome uno de las quijadas; y otro me decia: Don Francisco, déme la mano; y yo le decia: Don Fulano, déme el pié. Salí de juicio y del coche. Hallé al cochero hecho santiguador de caminos, diciendo no le habia sucedido tal en su vida; yo le dije: Vuesamerced lo ha volcado tan bien, que parece que lo ha hecho muchas veces.

Llegué á Aranjuez, y aquella noche don Enrique y yo tuvimos dos obleas por colchones, y sin almohadas. Dormí con pié de amigo, soñé la cama; tal era ella.

Esta es la vida de que pudieron hacer relación á vuecelencia, que para ser muy mala no necesitaba de otro achaque que de no estar sirviendo á vuecelencia como cofrade del diente; mas todos los duelos y los serenos, con Almirante son ménos.

Su majestad es tan alentado, que los más dias se pone á caballo; y ni la nieve ni el granizo le retiran.

En Tembleque, aquel concejo recibió á su majestad con una fiesta de toros, á dicho de alarifes de rejón, valentísimos toreadores de riesgo, y alguno acertado. Bonifaz lo miraba, y de nada se dolia. Tuvieron fuegos á propósito y bien ejecutados. Su majestad de un arcabuzazo pasó un toro que no le pudieron desjarretar; y apareciéndosenos en la mesa del Almirante, Bonifaz, caballerizo de los chistes del Rey y guadaña de los guisados, nos recogimos.

El dia siguiente fuimos á Madrilejos, donde Bonifaz se nos apareció entre los platos y las tazas, diciendo: Yo soy Bonifacio, que todas las cosas masco. Salimos para la Membrilla; y á ruego de los regidores de Manzanares, por consolar aquellos vasallos, pasó su majestad por su encomienda de vuecelencia, y á todos pareció muy bien el lugar.

Bajamos á la Membrilla, donde el sueño se midió por azumbres, y hubo montería de jarros, donde los gaznates corrieron zorras: hubo pendencias y descuidos de ropa.

Concertóse el madrugar, y partimos para mi Torre de Juan Abad, donde para poder su majestad dormir, derribó la casa que le repartieron; tal era, que fué de más provecho derribada. Aquí el Caballero de la Tenaza se recató de todos. Era de ver á don Miguel de Cárdenas con una hacha de paja en las manos, hecho cometa barbinegro, andar por los caminos como alcalde en pena, dando gritos.

De la Torre fuimos á Santistéban, donde el Conde tuvo al Rey muchas lamparillas, y por un cordel unos kiries de cohetes, que venía uno, y respondía otro, y luego otro; y luego salió un toro á chamuscarse. Hubo chirimía de acarreo, caballeros de Ubeda y Baeza, mucho linaje arredrado al tapiz, abundante refaicion, presente numeroso por todo el estado, tiendas con pan queso y vino. Vasallo sonoro, llamando, exhortaba á los pasajeros; doliéndose, á los señores: Por amor de Dios (decia) tomen refresco del conde de Santistéban.

La gente acudia con facilidad, desataban el pellejo, no tenian vaso; y por no beber en el sombrero, dejaban el vino, y con él el queso y pan; porque pan y vino y queso son chilindron legítimo. El Conde se mostró magnífico, ostentó séquito, logró el dia, faltaron camas, sobraron cocheras. Mirad con quién y sin quién.

Del condado pasámos á Linares, jornada para el cielo y camino de salvación, estrecho y lleno de trabajos y miserias. Aperciba vuecelencia la risa, hártese de venganza, logre sus profecías. Ibamos en el coche juntos don Enrique y yo y Mateo Montero y don Gaspar de Tebes, con diez muías; y en anocheciendo, en una cuesta que tienen los de Linares para cazar acémilas y coches, nos quedamos atollados. No hubo locura que febrero no ejecutase en nosotros; mes fué siempre loco, pero entonces furioso: con ménos causa están muchos en los orates. No habia remedio de salir: determinámonos de dormir en el coche. Estaba la cuesta toda llena de hogueras y hachones de paja, que habian puesto fuego á los olivares del lugar. Oíanse lamentos de arrieros en pena, azotes y gritos de cocheros, maldiciones de caminantes. Los de á pié sacaban la pierna de donde la metieron, sin media ni zapato; y hubo alguno que dijo: ¿Quién descalza allá abajo? Parecía un purgatorio de poquito.

Desta suerte, haciendo la mortecina contra la cuesta, nos estuvimos cuatro horas hablando de memoria, hasta que el Almirante invió gente que nos redimiese del cautiverio en que estábamos: solo Vargas con pasaporte de Riche podia librarnos. Llegámos á Linares despues de haberse recogido el Almirante, y cenámos lo que se pudo librar de Bonifaz. Fuíme á acostar, y hallé que Bonifaz me habia llevado una frazada; luego me proveyeron de otra. Es cosa de ver á Bonifaz venir de noche, haciendo los matachines del cenar y dormir, con una candelilla en las manos, preguntando: ¿Han cenado? ¿Tienen cama? Por él anda aquí la cena movediza, y el estado fugitivo, y la cama en boleta, pellizcando mantas; de tal suerte, que en esta tierra para espantar los niños les dicen: ¡la Bonimanta! como allá ¡la Marimanta! Grimaldos le acompaña. Y las más noches duerme de portante; asentado en una silla, ronca á sueño de dar audiencia: este es el hijo del hombre, que no tiene donde reclinar la cabeza. Come y cena de aparecimiento, y pierde el juicio.

Don Francisco Morveli viene en una puntería de alquiler, con dale, Perico, y cochea, Juan de Araña. Al estribo, Mendoza el negro en duda y mulato de contado.

Yo vengo sin pesadumbre y sin cama; que há seis dias que no sé de mi baúl. Dormimos á pares don Enrique y yo: hay cama de siete durmientes, y no está segura de Bonifaz.

Es cosa de ver á su majestad con dos caballerizos, el uno Zapatilla y el otro Zapatón. ¿Y vernos ayer á Mateo Montero y á mí estar asistiendo de responso al entierro de nuestro coche; venirnos de peregrinos, de media legua, él riéndose de verme cojear, pidiendo bueyes para sacar una pierna, y yo decirle á él, al bajar un cerrito, llevase la panza en sus manos á la silla de la Reina?

Llegámos tarde á Andújar anoche viérnes, sin luz ni guia; donde hoy nos hemos detenido por la gran creciente de Guadalquivir, y mañana porque no se sabe de las acémilas y del carruaje. El duque del Infantado se quedó en Linares, por haber caido su litera, y aporreádose. El Patriarca no parece, y le andan pregonando por los pantanos. Mis camisas me dicen se las pone un barranco.

Su majestad se ha mostrado con tal valentía y valor, arrastrando á todos, sin recelar los peores temporales del mundo: presagios son de grandes cosas, y su robustez puede ser amenaza de todas naciones. En esta incomodidad va afabilísimo con todos, granjeando los vasallos que heredó. Es rey hecho de par en par á sus reinos, y es consuelo tener rey que nos arrastre, y no nosotros al rey, y ver que nos lleva donde quiere.

Las fiestas del Carpió se dilatan; quiera Dios no se malogren, que serán sin duda grandes.

Bonifaz ha hablado con el señor Araciel de los negocios de vuecelencia; y él y yo somos servidores de vuecelencia y suyo, y á su disposición, y cofrades del diente. Vuecelencia, si me quisiere hacer mucha merced, me envíe en un pliego (por via del Almirante) la respuesta. Y á mandar cuanto fuere su gusto, que soy hombre de bien, y lo haré todo.

Háse juntado hoy Hortensio ante esta cofradía, y vamos para los peligros con confesor, y para los gustos con compañía.

A don Andrés beso las manos y á don García. A firmar, que es larga la carta.

DON FRANCISCO DE QUEVEDO

Share on Twitter Share on Facebook