CARTA

A DOÑA INÉS DE ZÚÑIGA Y FONSECA,

CONDESA DE OLIVARES, DUQUESA DE SANLÚCAR, CAMARERA MAYOR DE LA REINA.

LA mujer buena, dice el Espíritu Santo que ¿quién la hallará? Esto, excelentísima Señora, nos advierte de que podemos desearla, mas no bastamos á elegirla. Reservó Dios esto para sí por la mejor dádiva de su mano para esta vida, y la paz y contento deste mundo; y así algo tendrá de atrevimiento decir cómo la deseo. Acertaré si me remito á su voluntad, como lo hago. Mas no excuso hacer esta diligencia rendida á su voluntad, declarando mi deseo, por hacer de mi parte lo que puedo, que, como dice san Pedro Crisólogo, entre las divinas virtudes pide Cristo el auxilio humano. Para esto todo es menester, y solo Dios basta; lo que importa es merecerlo para pedírselo; que los hombres poco tienen que fiar en su elección, y nada de su deseo.

Lo que debo desear en una mujer para mi quietud, honra y salvación es, que haya crecido sirviendo á vuecelencia en su casa; que si ha sabido obedecer á vuecelencia, no hay dote temporal ni espiritual que no traiga para mí en solo el nombre de criada de vuecelencia. Y por si el mandato de vuecelencia se extiende á más, quiero lograr mi obediencia diciendo las partes que deseo en la mujer que Dios, por merced de vuecelencia y del Conde-Duque mi señor me encaminare. Esto hago más por entretener que por informar á vuecelencia.

Yo, Señora, no soy otra cosa sino lo que el Conde mi señor ha deshecho en mí, puesto que lo que yo me era me tenia sin crédito y acabado; y si hoy soy algo, es por lo que he dejado de ser, gracias á Dios nuestro Señor y á su excelencia.

He sido malo por muchos caminos; y habiendo dejado de ser malo, no soy bueno, porque he dejado el mal de cansado, y no de arrepentido. Esto no tiene otra cosa buena sino asegurar que ningún género de travesura me engañará, porque todas me tienen, ú escarmentado ú advertido.

Yo soy hombre bien nacido en la provincia: frásis que entenderá su excelencia. Soy señor de mi casa en la Montaña; hijo de padres que me honran con su memoria, ya que yo los mortifico con la mia.

El caudal y los años siempre los referiré de manera que despues la hacienda sea más, y la edad ménos.

Los que me quieren mal me llaman cojo, siendo ansí que lo parezco por descuido, y soy entre cojo y reverencias, un cojo de apuesta, si es cojo ó no es cojo.

Mi persona no es aborrecible ni enfadosa; y ya que no solicita alabanzas, no acuerda de las maldiciones y la risa á los que me ven.

Agora, que he confesado quién soy y cuál, diré cómo quiero que sea la mujer que Dios me diere en suerte. Yo confieso que, á no mandármelo vuecelencia, que fuera atrevimiento decir cómo quiere la mujer un hombre tal, que no habrá mujer que le quiera como él es.

Desearé precisamente que sea noble y virtuosa y entendida; porque necia no sabrá conservar ni usar estas dos cosas. En la nobleza quiero la igualdad. La virtud, que sea de mujer casada, y no de ermitaño, ni de beata, ni religiosa: su coro y su oratorio ha de ser su obligación y su marido. Y si hubiese de ser entendida con resabios de catredático, más la quiero necia; que es más fácil sufrir lo que uno no sabe que padecer lo que presume.

No la quiero fea ni hermosa: estos extremos pone en paz un semblante agradable; medio que hace bienquisto lo lindo, y muestra seguro lo donairoso. Fea, no es compañía, sino susto; hermosa, no es regalo, sino cuidado. Mas si hubiere de ser una de las dos cosas, la quiero hermosa, no fea; porque es mejor tener cuidado que miedo, y tener que guardar que de quien huir.

No la quiero rica, ni pobre; sino con hacienda, que ni ella me compre á mí, ni yo á ella. La hacienda donde hubiere nobleza y virtud, no se ha de echar ménos; pues tiñiéndolas, quien la deja por pobre es vilmente rico; y no las teniendo, quien la codicia por rica es civilmente pobre.

De alegre ó triste, más la quiero alegre; que en lo cotidiano y en lo propio no nos faltará tristeza á los dos, y eso templa la condicion suave y regocijada con ocasion decente; porque tener una mujer-pesadumbre, más arrinconada que telaraña, influyendo acelgas, es juntarme con un pésame de por vida.

Ha de ser galana para mi gusto; no para el aplauso de los ociosos; y ha de vestir lo que la fuere decente; no lo que la liviandad de otras mujeres inventare.

No ha de hacer lo que algunas hacen, sino lo que todas deben hacer.

Más la quiero miserable que pródiga; porque de lo uno se debe tener miedo; y de lo otro se puede esperar utilidad. Sumo bien sería hallarla liberal.

En que sea blanca ú morena, pelinegra ó rubia, no pongo gusto ni estimación alguna: solo quiero que, si fuere morena, no se haga blanca; que de la mentira es fuerza andar más sospechoso que enamorado.

En chica ó grande no reparo; que los chapines son el afeite de las estaturas y la muerte de los talles, que todo lo igualan.

Gorda ó flaca, es de advertir que si no pudiere ser entreverada, la quiero flaca, y no gorda: más la quiero alma en cañuto ú pellejo en pié, que doña mucha ó cuba en zancos.

No la quiero niña ni vieja, que son cuna y ataúd, porque ya se me han olvidado los arrullos, y aun no he aprendido los responsos. Bástame mujer hecha, y estaré muy contento que sea moza.

Desearía mucho que no tuviese con extremo lindas manos y ojos y boca; porque con estas tres cosas buenas en toda perfección, es fuerza que no la pueda sufrir nadie: pues las manotadas porque la vean las manos, y los visajes y dormiduras por aprovechar los ojos, enfadarán al mundo. Pues ver una mujer con los dientes de par en par porque se los vean, no es cosa sufrible. El cuidado borra las perfecciones, y el descuido disimula las faltas.

No la quiero huérfana, por ahorrar conmemoraciones de difuntos, ni tampoco con parentela cabal. Padre y madre deseo, porque no soy temeroso de suegros. Las tias tomaré en el purgatorio, y daré misas de más á más.

Daria muchas gracias á Dios si fuese sorda y tartamuda; partes que amohinan las conversaciones y dificultan las visitas.

Si tuviese mala condicion, sería otro tanto oro; que una mujer bien acondicionada, todo el año gasta en decir que si ella fuera como otras, y que el ser tan negro de buena tiene la culpa.

Y lo más importante sería si consintiese que en casa viviésemos sin dueña; y si más no se pudiese, que se contentase con que entre los dos tuviésemos media dueña: una viejecita que empezase en tocas y acabase en enaguas, porque la vista descansase de dueña ántes de salir de su visión. Y lo mejor y más conforme á razón sería, pues las dueñas son viñaderos de los estrados, que guardan los racimos de doncellas, que la vistiésemos de viñadero con montera, chuzo y alpargatas, y por monjil una capa gascona (que en el pedir algo tienen de jaca), y que se llamase Guiñarte, como los emperadores Césares.

Y por acabar con véras y verdad, como empecé, digo á vuecelencia que estimaré en mucho la mujer que fuere como yo la deseo, y sabré sufrir la que fuere como yo la merezco; porque yo bien puedo ser casado sin dicha, pero no mal casado. Dé Dios á vuecelencia muchos y bienaventurados años en vida del Conde Duque, mi señor, con la sucesión que su casa y grandeza ha menester y yo deseo.

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