Seis dias há que besé á vuesamerced las manos, aunque indigno, y en este tiempo he recibido tres visitas, un recaudo, dos respuestas, cinco billetes, dos toses de noche y un saludo en san Filipe. He gastado parte de mi salud en un catarro con que estoy y un dolor de muelas, este tiempo, y ocho reales que en cuatro veces he dado á Marina. Y teniendo yo ajustada mi cuenta, á mi parecer el recibo con el gasto me viene á encontrar disfrazado en figura de caricia, con la maldita palabra: Envíeme cien ducados para pagar la casa. No quisiera ser nacido cuando tal cosa leí. ¡Cien ducados! No los tuvo Atabalipa ni Motezuma. Y pedirlos todos de una vez sin más ni más es para espiritar un buscón. Mire vuesamerced desapasionadamente qué culpa tengo yo del alquiler de la casa; que por mí no se me da nada que vuesamerced viva por los campos; que por no oir estas palabras deseo topar con una dama salvaje y campesina que habite por los montes y desiertos. Vuesamerced ó niegue la deuda, ó la pida en otra parte; porque si no, estos cien ducados me harán que, de miedo de los alquileres, del poblado me pase á ser amante del yermo.
No es posible sino que cuando vuesamerced me empezó á querer me contó el dinero; porque á la propia hora que se acabó la bolsa espiraron las finezas. No me ha querido un real más mi alma. ¡Honrado terminillo ha tenido! Y ya que el diablo le ha dicho á vuesamerced que se acabó la mosca, quiérame sobre prendas, hasta que me deje en carnes, y favorézcame unos dias sobre la capa, calzones y el jubón.