En que el hidalgo prosigue el camino y lo prometido de su vida y costumbres.
Lo primero has de saber que en la córte hay siempre el más necio y el más sabio, más rico y más pobre, y los extremos de todas las cosas; que disimula los malos y esconde los buenos, y que en ella hay unos géneros de gentes (como yo) que no se les conoce raiz ni mueble, ni otra cosa de la que decienden los tales. Entre nosotros nos diferenciamos con diferentes nombres: unos nos llamamos caballeros hebenes; otros güeros, chanflones, chirles, traspillados y caninos. Es nuestra abogada la industria; pasámos las más veces los estómagos de vacío, que es gran trabajo traer la comida en manos ajenas. Somos susto de los banquetes, polilla de los bodegones, y convidados por fuerza; sustentámonos así del aire, y andamos contentos. Somos gente que comemos un puerro, y representamos un capón: entrará uno á visitarnos en nuestras casas, y hallará nuestros aposentos llenos de huesos de carnero y aves, mondaduras de trutas, la puerta embarazada con plumas y pellejos de gazapos; todo lo cual cogemos de parte de noche por el pueblo, para honrarnos con ello de dia. Reñimos en entrando al huésped:
—¿Es posible que no he de ser yo poderoso para que barra esa moza?
—Perdone vuesamerced, que han comido aquí unos amigos, y estos criados... etc. Quien no nos conoce, cree que es así, y pasa por convite. Pues ¿qué diré del modo de comer en casas ajenas? En hablando á uno media vez, sabemos su casa, y siempre á hora de mascar (que se sepa que está en la mesa) decimos que nos llevan sus amores, porque tal entendimiento no le hay en el mundo. Si nos pregunta si hemos comido, si ellos no han empezado decimos que nó; si nos convidan, no aguardamos al segundo envite, porque destas aguardadas nos han sucedido grandes vigilias; si han empezado, decimos que sí; y aunque parta muy bien el ave, pan ó carne, ó lo que fuere, para tomar ocasión de engullir un bocado decimos: Ahora deje vuesamerced, que le quiero servir de mastresala; que solia, Dios le tenga en el cielo (y nombramos un señor muerto, duque ó conde), gustar más de verme partir que de comer. Diciendo esto, tomamos el cuchillo, y partimos bocaditos, y al cabo decimos: ¡Oh qué bien güele! Cierto que haria agravio á la guisadera en no probarlo: ¡qué buena mano tiene! Y diciendo y haciendo, va en prueba el medio plato; el nabo por ser nabo, el tocino por ser tocino, y todo por lo que es. Cuando esto nos falta, ya tenemos sopa en algún convento aplazada; no la tomamos en público, sino á lo escondido, haciendo creer á los frailes que es más devocion que necesidad. Es de ver uno de nosotros en una casa de juego con el cuidado que sirve, y despabila las velas, trae orinales, como mete naipes y solemniza las cosas del que gana, todo por un triste real de barato. Tenemos de memoria para lo que toca á vestirnos, toda la ropería vieja; y como en otras partes hay hora señalada para oracion, la tenemos nosotros para remendarnos. Son de ver las diversidades de cosas que sacamos: que como tenemos por enemigo declarado al sol, por cuando nos descubre los remiendos, puntadas y trapos, nos ponemos abiertas las piernas á la mañana á su rayo, y en la sombra del suelo vemos las que hacen los andrajos y hilarachas de las entrepiernas, y con unas tijeras las hacemos la barba á las calzas; y como siempre se gastan tanto las entrepiernas, es de ver cómo quitamos cuchilladas de atrás para poblar lo de adelante, y solemos traer la trasera tan pacífica de cuchilladas, que se queda en las puras bayetas: sábelo sola la capa, y guardámonos de dias de aire y de subir por escaleras claras ó á caballo. Estudiamos posturas contra la luz, pues en dia claro andamos con las piernas muy juntas, y hacemos las reverencias con solos los tobillos, porque si se abren las rodillas se verá el ventanaje. No hay cosa en todos nuestros cuerpos que no haya sido otra cosa y no tenga historia; verbi gratia: bien ve vuesamerced esta ropilla, pues primero fue gregüescos, nieta de una capa y biznieta de un capuz, que fué en su principio, y ahora espera salir para soletas y otras muchas cosas. Los escarpines primero son pañizuelos, habiendo sido toallas, y ántes camisas, hijas de sábanas; y despues de esto nos aprovechamos para papel, y en el papel escribimos y despues hacemos dél polvos para resucitar los zapatos, que de incurables los he visto yo hacer revivir con semejantes medicamentos. Pues ¿qué diré del modo con que de noche nos apartamos de las luces porque no se vean los herreruelos calvos y las ropillas lampiñas? Que no hay más pelo en ellas que en un guijarro; que es Dios servido de dárnosle en la barba y quitárnosle en la capa. Y por no gastar en barberos prevenimos siempre de aguardar que otro de los núestros tenga pelambre y entonces nos la quitámos el uno al otro, conforme lo del Evangelio: Ayudaos como buenos hermanos. Y tenemos cuenta en no andar los unos por las casas de los otros, si sabemos que alguno trata la misma gente que otro. Es de ver cómo andan los estómagos en celo. Estamos obligados á andar á caballo una vez cada mes, aunque sea en pollino, por las calles públicas, y á ir en coche una vez en el año, aunque sea en la arquilla ó trasera; pero si alguna vamos dentro del coche, es de considerar que siempre es en el estribo con todo el pescuezo defuera, haciendo cortesías porque nos vean todos, y hablando á los amigos y conocidos aunque miren á otra parte. Si nos come delante de algunas damas, tenemos traza para rascarnos en público sin que se vea: si es en el muslo, contamos que vimos un soldado atravesado desde tal parte, y señalamos con las manos aquellas que nos comen rascándonos en vez de enseñarlas; si es en la iglesia, y come en el pecho, nos damos sanctus aunque sea en el introibo; levantámonos y arrimándonos á una esquina, en són de empinarnos para ver algo, nos rascamos. ¿Qué diré del mentir? Jamás se halla verdad en nuestra boca: encajamos duques y condes en las conversaciones, unos por amigos, otros por deudos; y advertimos que los tales señores ó estén muertos ó muy léjos. Y lo que más es de notar, que nunca nos enamoramos sino de pane lucrando, que veda la orden damas melindrosas, por lindas que sean; y así, siempre andamos en recuesta con una bodegonera por la comida, con la huéspeda por la posada, con la que abre los cuellos por el que trae el hombre. Quien ve estas botas mias, ¿cómo pensará que andan caballeras en las piernas en pelo, sin media ni otra cosa? Y quien viere este cuello, por que ha de pensar que no tengo camisa? Pues todo esto le puede faltar á un caballero, señor licenciado, pero cuello abierto y almidonado nó. Lo uno porque así es gran ornato de la persona, y despues de haberle vuelto de una parte á otra, es de sustento porque se ceba el hombre en el almidón, chupándole con destreza. Ya se ve en prosperidad y con dineros, y ya se ve en el hospital; pero en fin se vive, y el que se sabe vadear es rey con poco que tenga.
Tanto gusté de las extrañas maneras de vivir del hidalgo, y tanto me embebecí, que divertido con ellas y con otras, me llegué á pié hasta las Rozas, adonde nos quedámos aquella noche. Cenó conmigo el dicho hidalgo, que no traia blanca, y yo me hallaba obligado á sus avisos, porque con ellos abrí los ojos á muchas cosas, inclinándome á la chirlería. Declaréle mis deseos ántes que nos acostásemos; abrazóme mil veces, diciendo que siempre esperó habian de hacer impresión sus razones en hombre de tan buen entendimiento. Ofrecióme favor (para introducirme en la córte con los demás cofrades del estafon) y posada en compañía de todos. Aceptóla, no declarándole que tenia los escudos que llevaba, sino hasta cien reales solos; los cuales bastaron, con la buena obra que le habia hecho y hacia, á obligarle á mi amistad.
Compróle del huésped tres agujetas, atacóse, dormimos aquella noche, madrugamos y dimos con nuestros cuerpos en Madrid.