De mi huida, y los sucesos en ella hasta la córte.
PARTIA aquella mañana del mesón un arriero con cargas á la córte; llevaba un jumento: alquilómele, y salíme á aguardarle á la puerta fuera del lugar. Salió y espetóme en el dicho, y empecé mi jornada. Iba entre mí diciendo:
—Allá quedarás bellaco, deshonra buenos, jinete de gaznates.
Consideraba yo que iba á la córte, donde nadie me conocia (que era la cosa que más me consolaba), y que habia de valerme por mi habilidad. Allí propuse de colgar los hábitos en llegando, y sacar vestidos cortos al uso. Pero volvámos á las cosas que el dicho mi tío hacia, ofendido con la carta, que decia en esta forma:
CARTA
«Señor Alonso Ramplon: Tras haberme Dios hecho tan señaladas mercedes como quitarme delante á mi buen padre y tener mi madre en Toledo (donde, por lo menos, sé que hará humo), no me faltaba sino ver hacer en vuesamerced lo que en otros hace. Yo pretendo ser uno de mi linaje, que dos es imposible, si no vengo á sus manos y trinchándome, como hace á otros. No pregunte por mí, que me importa negar la sangre que tenemos. Sirva al rey y á Dios.»
No hay que encarecer las blasfemias y oprobios que diria contra mí. Volvámos á mi camino. Yo iba caballero en el rucio de la Mancha, y bien deseoso de no topar nadie, cuando desde léjos vi venir un hidalgo de portante, con su capa puesta, espada ceñida, calzas atacadas y botas, y al parecer bien puesto; el cuello abierto, el sombrero de lado. Sospeché que era algún caballero que dejaba atrás su coche; y así, emparejando, le saludé. Miróme y dijo:
—Irá vuesamerced, señor licenciado, en ese borrico con harto más descanso que yo con todo mi aparato. Yo, que entendí que lo decia por coche y criados que dejaba atrás, dije:
—En verdad, señor, que lo tengo por más apacible caminar que el del coche; porque (aunque vuesamerced vendrá en el que trae detrás con regalo) aquellos vuelcos que da inquietan.
—¿Cuál coche detrás? dijo él muy alborotado; y al volver atrás, como hizo fuerza, se le cayeron las calzas, porque se le rompió una agujeta que traia, la cual era tan sola, que tras verme tan muerto de risa de verle, me pidió una prestada. Yo, que vi que de la camisa no se veia sino una ceja, y que traia tapado el rabo de medio ojo, le dije:
—Por Dios, señor, que si vuesamerced no aguarda á sus criados, yo no puedo socorrelle, porque vengo también atacado únicamente.
—Si hace vuesamerced burla (dijo él con las chaondas en la mano), vaya; porque no entiendo eso de los criados. Y aclaróseme tanto (en materia de ser pobre), que me confesó, á media legua que anduvimos, que si no le hacia merced de dejalle subir en el borrico un rato, no le era posible pasar á la córte, por ir cansado de caminar con las bragas en los puños. Y movido á compasion, me apeé; y como él no podia sacar las calzas, húbele yo de subir; y espantóme lo que descubrí en el tocamiento: porque por la parte de atrás, que cubría la capa, traia las cuchilladas con entretelas de nalga pura. El, que sintió lo que habia visto, como discreto, se previno diciendo: Señor licenciado, no es oro todo lo que reluce; debióle parecer á vuesamerced en viendo el cuello abierto y mi presencia, que era un conde de Irlos. Como destos hojaldres cubren en el mundo lo que vuesamerced ha tentado. Yo le dije que le aseguraba me habia persuadido á muy diferentes cosas de las que veia. Pues aun no ha visto nada vuesamerced (replicó); que hay tanto que ver en mí como tengo, porque nada cubro. Veme aquí vuesamerced un hidalgo hecho y derecho, de casa y solar montañés, que, si como sustento la nobleza, me sustentara, no hubiera más que pedir; pero ya, señor licenciado, sin pan ni carne no se sustenta buena sangre; y por la misericordia de Dios todos la tienen colorada, y no puede ser hijo de algo el que no tiene nada. Ya he caido en la cuenta de ejecutorias, despues que hallándome en ayunas un dia, no quisieron dar sobre ella en un bodegon dos tajadas. ¡Pues decir que no tienen letras de oro! Pero más valiera el oro en las píldoras que en las letras, y de más provecho es; y con todo, hay muy pocas letras con oro. He vendido hasta mi sepultura por no tener sobre qué caer muerto; que la hacienda de mi padre Toribio Rodríguez Vallejo Gómez de Ampuero (que todos estos nombres tenia) se perdió en una fianza; solo el don me ha quedado por vender, y soy tan desgraciado, que no hallo nadie con necesidad dél, pues quien no le tiene por ante, le tiene por postre, como el remendón, hazadon, podon, baldón, bordon, y otros así.
Confieso que, aunque iban mezcladas con risa, las calamidades del dicho hidalgo me entretuvieron. Preguntóle cómo se llamaba, y adonde iba y á qué. Dijo que todos los nombres de su padre: Don Toribio Rodríguez Vallejo Gómez de Ampuero y Jordán. No se vió jamás nombre tan campanudo, porque acababa en dan y empezaba en don, como són de badajo. Tras esto dijo que iba á la córte, porque un mayorazgo raido como él, en un pueblo corto olia mal á dos dias, y no se podia sustentar; y que por eso se iba á la patria común, adonde caben todos, y adonde hay mesas francas para estómagos aventureros; y nunca cuando entro en ella me faltan cien reales en la bolsa, cama, de comer, y refocilo de lo vedado, porque la industria en la córte es piedra filosofal, que vuelve en oro cuanto toca. Yo vi el cielo abierto, y en són de entretenimiento para el camino, le rogué que me contase cómo y con quiénes viven en la córte los que no tenian, como él, porque me parecía dificultoso; que no solo se contenta cada uno con sus cosas, sino que aun solicitan las ajenas.
—Muchos hay desos, hijo, y muchos destotros: es la lisonja llave maestra, que abre á todas voluntades en tales pueblos. Y porque no se te haga dificultoso lo que digo, oye mis sucesos y mis trazas, y te asegurarás de esa duda.