Capitulo 10 La Expedicion De Rescate

Los sartos y otros asistentes a la fiesta habían recuperado parte de la caballada, de modo que no le fue difícil al coloso conseguir das animales y conducirlos delante del

“beg”.

— ¿Qué quieres hacer, patrón? -le preguntó-. Los bandidos ya están lejos y estas pobres bestias muy cansadas. Por lo demás, ya, tienen a sus talones a Hossein y su primo.

— ¿Partió también Abei?

— Allí puedes verlo galopando con un pelotón de séquito.

— ¡Corramos! -gritó el anciano a los sartos que habían quedado-. ¡Hay que defender a vuestras familias! ¡Y recuerden: no se debe dar cuartel a esos criminales!

Unos doscientos de a caballos rodearon al “beg” y a Tabriz mientras otros seguían procurando reunirse con sus monturas y los restantes no podían moverse porque las suyas se habían estropeado.

— ¡Adelante! -tronó Giah Agha-. ¡Vamos a destruir a esos bandoleros!

La tropa se puso en movimiento dirigiéndose a la aldea.

— ¿Alcanzará Hossein a los raptores? -comentó Tabriz que cabalgaba al lado del “beg”.

— ¡Pobre muchacho! -gimió el anciano-. ¡No se esperaba este golpe! ¿Por encargo de quién habrán trabajado esos bribones? ¡No pueden haberlo hecho por cuenta propia!

— De seguro que no; los “águilas” no se llevaron a Talmá para guardársela ellos. Algún khan o emir ha de haber contratado sus servicios.

— Es lo que también yo sospecho. Pero por mucho que corran habremos de llegar a ellos antes de que salgan de la estepa… ¿Miraste bien a los raptores?

— No me fue posible. Rodé por tierra tan sorpresivamente, que cuando pude levantarme se hallaban muy lejos.

— Pues yo reconocí entre ellos a varios de los músicos que acompañaban al “mestvire”.

— ¡Imposible!.. . ¡Entonces ese perro es uno de sus aliados, un espía! -exclamó el coloso apretando los dientes-. ¡Ay de él si lo encuentro! ¡Lo voy a aplastar de un solo puñetazo…!

— Debe de haber sido por eso que no quiso pernoctar en la tienda.

— Cuando nos preparábamos a seguir la fuga de Talmá. lo vi que se encaminaba a la aldea de los sartos… ¡Que pida a Allah lo libre de caer en mis manos…

— En tanto yo le pediré que me deje capturarlo -replicó Giah Agha-. ¡Le reservo un suplicio que le hará maldecir el día en que ha venido al mundo! …

El tropel de jinetes pasó al galope delante de la casa de Talmá donde se le incorporó otro grupo, quedando para guardarla la servidumbre reforzada por los huéspedes que habían perdido su cabalgadura. Ya no se oían detonaciones y una gran calma imperaba en la estepa, tan sólo turbada por el ruido de los cascos. Sin duda los bandidos, después de haber hecho una demostración de hostilidad para confundir a los perseguidores, se habían dispersado. En menos de una hora el “beg” y su tropa llegaron a la aldea donde únicamente habían quedado las mujeres y los niños y defendían los viejos armados de mosquetes y cimitarras.

— ¿Los “águilas”? -preguntó Giah Agha cuando éstos lo circundaron.

— Desaparecieron, señor -informó un sarto de barba blanca-. Dispararon algunos tiros y siguieron rumbo al norte. Parece que no tenían la intención de asaltarnos.

— ¿No viste a un “mestvire” con una “guzla a la espalda?

— Hace media hora estaba aquí y apostaría a que no ha salido todavía del poblado.

— ¿No siguió a los “águilas”? ¿Lo conocías de antes? -Esta es la primera vez que lo he visto y estoy seguro .de que no se fue con los atacantes.

— ¿Has oído, Tabriz” -dijo el “beg” volviéndose al gigante.

— Sí y lo tomaremos vivo o muerto.

— ¿Muerto? … ¡No; vivo, Tabriz! Ha de saber ciertamente muchas cosas y lo haremos hablar… -se dirigió a los hombres que lo habían seguido-: Ustedes rodeen la aldea y si el

“mestvire” trata de huir lo prenden pero vivo… ¡Lo quiero vivo!

Los jinetes se diseminaron en torno de la aldea formando un cerco que nadie, por ágil y resuelto que fuera, hubiese podido atravesar. Una vez tomada esta precaución, Giah Agha con la colaboración de unos cincuenta entre jóvenes y viejos, se había puesto a inspeccionar todas las casas una por una… El resto, ya lo conoce el lector, así como la horrible muerte que sufriera el criminal romancero.

Cumplida la ejecución del jefe de los “águilas de la estepa”, el viejo “beg” seguido por Abei y Tabriz, fue a ocupar una de las mejores viviendas que los habitantes habían puesto a su disposición. Estaba de pésimo numor y en cuanto llegó se dejó caer sobre un tapete y se tomó la cabeza con las manos mientras el coloso blasfemaba entre dientes y el sobrino jugaba con los botones de su ostentosa casaca como si nada lo preocupase. Parecía muy poco afectado por la desgracia acaecida a su primo y el tormento impuesto al “mestvire”.

La oscuridad había comenzado a invadir la habitación y el servidor encendió una vela de sebo colocada sobre una madera que pendía de la bóveda, que la llenó muy pronto de un humor denso y nauseabundo. El sarto es económico en cuestión de alumbrado: los pudientes usan ese combustible y los pobres se contentan con una mecha de algodón sumergida en aceite de mala calidad. Por lo demás, se acuestan temprano.

— Patrón -dijo Tabriz después de un rato de silencio-, ¿los habrán alcanzado?… ¿No cree que ya podrían estar de vuelta?

El barbiblanco hizo un gesto de desaliento y suspiró:

— Me parece difícil… y temo que los veremos llegar con las manos vacías.

— Si el “mestvire” dijo la verdad, el inspirador del rapto se encontraría en Samarkanda… ¿Quién podrá ser?

Giah Agha se había quedado taciturno; parecía que sus admirables energías lo hubiesen abandonado de pronto. El servidor, al no recibir respuesta, se volvió hacia Abei que se había tendido sobre un tapete y miraba distraídamente la llama de la vela.

— ¿Qué dices tú de todo esto, señor? -le preguntó.

— Que habría que ir a Samarkanda -contestó con una sutil sonrisa- aunque el momento no sería muy favorable, porque la ciudad está ocupada por los rusos.

— ¿Quién te lo dijo?

— Un turcomano presente en la boda. Se dice que el gobernador moscovita del Turquestán prepara una expedición para castigar a la tribu de los bechs que se rebelaron contra el emir de Bukara.

Un galope furioso que se propagó rápidamente por las callejuelas del pueblo, hizo sobresaltar al “beg” y al gigante.

— ¡Ya están aquí! -exclamaron los dos a un tiempo.

Abei se puso del color de la cera y preso de viva ansiedad. Para no traicionarse se puso también de pie y se tiró hacia adelante las dos anchas cintas que colgaban de su turbante.

— ¡Deben ser ellos patrón! -gritó Tabriz corriendo a la puerta-. ¿La traerán… ?

El galope habían cesado pero afuera se oía un murmullo de voces. Segundos después apareció en el umbral Hossein cubierto de polvo, y con las facciones contraídas por un intenso dolor. El anciano fue a su encuentro y lo estrechó contra su pecho.

— ¡Huyeron, padre! -dijo el joven sin poder continuar-. ¡Huyeron llevándose a mi Talmá! ¡Los miserables! … ¿Qué les había hecho mi adorada? … ¡Ah, padre, tengo el corazón destrozado…!

— Sabremos encontrarla, hijo mío -lo reconfortó el viejo. -¡Tal vez ya no viva, padre! …

¡Tengo sed de sangre… necesito matar… !

— ¡Los destruiremos a esos malditos “águilas”, te lo prometo, Hossein, aunque tenga que invertir en ello toda mi fortuna. Por lo pronto sabemos adónde se dirigen, y eso es mucho…

— Sí, a Katib.

— No, te engañas: a Samarkanda. Me lo dijo el “mestvire”, que era un espía de los bandoleros y a quien le apliqué el castigo del yeso.

— Ese vil te ha mentido, padre.

— ¡Pero no! -intervino Abei que simulaba estar consternado-. Lo confesó antes de morir, primo.

— ¡Mintió! -rugió Hossein-. Es a Katib que conducen a Talmá. Me lo confesó uno de los miserables que conseguí voltear de un tiro y a quien luego finiquité con el “cangiar”.

— ¿Quién habrá dicho la verdad? -se preguntó Tabriz.

— Yo creo que el “mestvire” -sostuvo Abei.

— No, el bandido -replicó Hossein-. Estaba tan espantado que no pudo mentir. Es en Katib donde encontraremos a mi amada, me lo dice el corazón.

— Tabriz, ¿tú conoces la ciudad, verdad? -inquirió el anciano después de un rato de silencio.

— Sí, patrón; mi madre era una shagrissiab, pariente del “beg” Djura, y tengo amigos allí.

— ¿Cuánto tiempo necesitas para reclutar una partida de cincuenta hombres? Entre los concurrentes a la fiesta, que pertenecen en su mayor parte a tribus belicosas, podrías encontrar sin dificultad elementos decididos. Mi bolsa está abierta: gasta generosamente.

— Dentro de un hora los habré reunido, patrón. He visto a muchos quirguizos y shagrissiabs, gente que se juega la piel por pocos “thomanes”.

— Hossein -dijo el “beg” cuando Tabriz hubo salido-. Al amanecer te pondrás en marcha con Abei. Quizás logren llegar a Kitab al mismo tiempo que los “águilas” e impedir a estos desalmados que entreguen a Talmá al que les encargó raptarla Hay que proceder rápidamente, antes de que lleguen los rusos que avanzan contra los shagrissiabs, según noticias que circulan. Como no tardarán en asediar la ciudad, es preciso alcanzarla antes que ellos. Tu primo te ayudará en la empresa… ¿Has comprendido, Abei? -preguntó á éste, que retraído en un rincón poco iluminado había hecho una mueca.

— Semejante expedición con los moscovitas en campaña no será fácil, padre -observó el farsante.

— ¿Y qué? -rugió el viejo jefe con voz de trueno dirigiéndole una mirada terrible-.

¿Tienes miedo? ¿Serás un hijo degenerado del que murió como un héroe frente al enemigo?

— Estoy pronto a morir por devolver la dicha a mi primo, padre -declaró Abei con falsa

emoción-. Tú sabes que lo quiero como a un hermano y que no temo a los bandidos de la estepa.

— Perdóname si he sido violento -deploró Giah Agha-. Es mi carácter.

— Entre tú y yo primo, haremos temblar a esos canallas -alardeó Hossein-. Y si es cierto que el emir dispuso el rapto, le revolveremos las tripas con nuestros “cangiares”.

— Sí, primo -aseguró el hipócrita-. Talmá volverá a tus brazos.

— Ahora vayan a reposar un poco para estar más frescos mañana -aconsejó el “beg”-.

Tengo necesidad de estar solo.

— ¿Cómo podría dormir? -exclamó Hossein con acento desesperado-. ¡Mi noche de bodas…! ¡Mejor hubiera sido que me hubiesen matado los “águilas”!

— ¿Y la venganza? Un hombre de la estepa no muere sin haberla saboreado antes -

declaró el temible jefe con voz sorda-. Ve, hijo; el combatiente debe sentirse fuerte cuando entra en batalla- y acercándosele agregó en tono solemne-: ¡duro por Allah que sea quien fuere el ser que ha turbado tu felicidad, conocerá la fuerza de mi castigo! ¡Y Giah Agha no ha faltado nunca a sus juramentos! … Vayan, que ya vuelve Tabriz.

Los dos jóvenes salieron en el momento en que entraba el servidor. Abei se había puesto lívido al oír las palabras del anciano.

— Asunto concluido, patrón -informó el coloso-. Ya tengo a la gente contratada: veinte

“thomanes” por cabeza al final de la expedición.

— ¿Qué son?

— Casi todos shagrissiabs y sartos; elementos hechos a la guerra.

El “beg ” quedó un momento pensativo, luego acercándose al fiel servidor le golpeó familiarmente el hombro y le preguntó a quemarropa:

— ¿Qué piensas de Abei?

— ¿Por qué me haces esa pregunta, patrón? -exclamó el gigante muy sorprendido.

— ¿Crees tú que realmente lo quiere a Hossein? … ¡Deseo que lo vigiles de cerca!

— ¿A tú sobrino, patrón?

— ¡No me parece franco, Tabriz! … Desde un tiempo a esta parte lo estoy observando y he constatado actitudes ambiguas y continuas vacilaciones. Está celoso de Hossein, de su lealtad, de su coraje, de su belleza y quizás de algo más todavía.. .

— ¡Patrón! …

— ¿Convocaste a los enganchados para el alba?

— Estarán todos frente a la puerta.

— ¿Conoces a Sagadsca, el jefe de los filiados? El podrá darte informaciones preciosas, porque si los “águilas”, se dirigen a Kitab deben pasar por su campo.

— Veré a ese jefe.

— Y ahora, vete a descansar que es tarde y te lo recomiendo, protege a Hossein y no

pierdas de vista a Abei.

— Así lo haré, patrón.

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